26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Jodario: Solo peguntas

 

Por Gustavo Alvarez Gardeazábal (foto)

Partiendo de la premisa de que resultan ser peores que criminales quien o quienes tengan que matar a 20 policías desarmados para reafirmar sus tesis  sobre el futuro de Colombia, y que como tal han cometido un crimen de lesa humanidad, la mesura en el análisis de lo sucedido y de lo que significa, no deja sino preguntas. Si, como dice el gobierno y la Fiscalía, los autores fueron los del ELN, ¿por qué necesitaban identificarse con  un carro de Arauca, y documentos de un ciudadano de su organización? Si fueron los Elenos, la bomba es una declaración de guerra, pero de la misma manera debe admitirse que el candidato Duque siempre dijo que no dialogaría con los elenos hasta que no cumplieran las condiciones que él creía fundamentales para proseguir las conversaciones de paz. ¿Quién convenció al presidente Duque de que era mejor forzar a los elenos y no reanudar los diálogos? Resultó un capricho muy costoso. Conversar habría evitado actos de guerra y estos 20 muertos y 70 heridos.

Por otro lado, el  gobierno y la Fiscalía han sido categóricos en que Rojas Rodríguez era mocho de la mano derecha y así todo manejaba hasta bien adentro el carro  en momentos en que se celebraba una ceremonia con brigadieres. Pero ¿la camioneta modelo 1993 era de cambios automáticos o de cambios mecánicos? ¿Y cuando entró a la Escuela le anotaron su nombre y el número de su cédula, y le preguntaron para dónde iba? ¿Y cómo logró entrar y circular por la Escuela como Pedro por su casa? Hay muchas preguntas más pero el solo hecho de que alguien se inmole por las banderas de un grupo guerrillero sin ideología definida, puede cambiar el curso de esta nueva guerra en que nos han metido. ¿Y si no fueron elenos sino otros, esos si ideológicamente fanáticos, y que mediática, militar y políticamente se ven favorecidos? ¿Por qué se amarraron veloz y caprichosamente, a una sola hipótesis?

Malo/Amlo

Quienes habían conocido a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como alcalde de la ciudad de México sabían no solo de su carácter izquierdista antiPri, sino de que tenía la mala costumbre de adoptar medidas sin antes medir las consecuencias. Ahora, que lo ven de presidente, han contemplado a un mandatario que ha agudizado su falta de visión política y humana pero que no ha perdido su ideología de izquierda democratera y sigue defendiendo principios que a la hora de gobernar en este mundo lleno de ejemplos como los de Bolsonaro o Trump, se convierten en un estorbo.

AMLO tenía en mente acabar con uno de los flagelos que la laxitud de los antiguos gobiernos había dejado crecer a límites insospechados: la del ordeñamiento ilegal y peligroso de los oleoductos. En su primer mes tomó las medidas más drásticas sin prever que al adoptarlas podía destapar la caja de Pandora. Ordenó el cierre del bombeo de combustible por esos tubos para parar el ordeño y ahí fue Troya. No midió ni el gasto ni la necesidad. La ausencia del combustible paralizó el tránsito, enardeció a los mexicanos que vieron galopar la inflación y se empanicaron por los precios de la comida pues los camiones cisternas para trasportar el combustible apenas están apareciendo por estos días.

En una de esas torpezas que da el desespero, volvieron a autorizar el bombeo parcial a través del ducto en Hidalgo y cuando los habitantes de un pueblo que siempre había ejercido de “huachicolero” (ordeñadores del tubo), se enteraron, rompieron el oleoducto y empezó la rebatiña inculta. Trajeron al ejército pero no autorizaron que envolviera en un cordón de seguridad el tubo porque según AMLO, el ejército no puede reprimir al pueblo. Una chispa y 80 personas murieron. Lo peor vino después, las explicaciones del presidente fueron balbuceantes, la flojera advertible, y como los tubos siguen vacíos, las consecuencias económicas ya se dejan sentir.

@eljodario