25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El huerfanito

@Fer_Vallejo @eljodario

Por Fernando Vallejo

Nota: El escritor Fernando Vallejo venía publicando sus columnas en el diario El Espectador. Esta semana envió esta titulada El huerfanito, contra Héctor Abad, pero el diario se negó a publicarla, lo cual motivó que Vallejo se retirara de ese periódico. Esta es la columna que fue vetada. E Reverbero de Juan Paz la publica en exclusiva. 

Él es mi seguidor, el más devoto y más constante. Me sigue y me sigue y me sigue con un cuchillo para matarme. Me tiene envidia porque piensa que he conseguido en la vida más muchachos bonitos que su papá. No es pues una envidia propia, sino per interposita persona. Amante como yo de las bellezas del sexo fuerte, o sea el del dios Marte o de la guerra, al papá se le metió en la cabeza un día, de ocioso, que tenía que tener un hijo, y actuando contra natura lo engendró en su correspondiente mamá, y andando el tiempo mataron al papá ¡y lo dejó huerfanito! Si yo hubiera tenido un hijo lo habría cuidado,  mimado, querido, le habría dado educación moral y religiosa, inculcado el temor a Dios, que es más bien bravo, y el respeto a la amistad, que es sagrada. Nunca se traiciona a la amistad, porque si no, ¿qué le queda a la criatura humana? No. El irresponsable papá no pensó en su hijo, que con devoción reproductiva había engendrado, y sin irle ni venirle se metió en líos ajenos, en pantaneros no propios, que no le correspondían, y se lo echaron, le dieron chumbimba. Y al hijo que engendró con tantas dificultades ¡lo dejó huerfanito!

Años después, habiendo empezado ya obsesivamente a seguirme, el huerfanito escribió un libro que intituló «El olvido que seremos», en el estilo mío, en primera persona, intentando que le saliera tan doloroso como «El desbarrancadero» mío. Inmenso error. No es lo mismo un papá que se va que una mamá que queda.

Andando más el tiempo (y él siempre empeñado en seguirme y para entonces convertido en mi primer seguidor) escribió «La oculta», como yo ya había escrito «Mi hermano el alcalde». ¿No lo han leído? ¡Carajo! Hay ahí un desfile aéreo de loros verdes en plena manifestación política que le queda grande a Gabito. Corran a comprarlo en librerías para que dulcifiquen un poco la cuarentena. Pero eso sí: salgan con tapabocas. Pasa «Mi hermano el alcalde» en una finca, «La oculta» pasa en otra. ¡Pero qué diferencia entre las dos fincas! La Oculta tiene un lago hechizo. La Cascada, que es del mencionado alcalde y nuestra, tiene una cascada de seis caídas. Se lanza la cascada desde las rocas rumbo al abismo cayendo, cayendo, cayendo, tropezando en los resaltos de las piedras y sacándoles chispas. ¡Eh, Ave María, qué maravilla! Y aquí entre nos (pero no es para que lo divulguen porque en este país todo lo que uno diga inmediatamente se sabe), aquí entre nos, La Cascada la están vendiendo. Le va a pasar como al petróleo, que de valer ayer nada, mañana valdrá una millonada. Shhhhh… No cuenten. Cristo cae una vez, cae dos veces, cae tres. Nuestra cascada cae seis.

Intituló el huerfanito su libro estrella (que tuvo éxito, mas no tanto como «Sin tetas no hay paraíso») «El olvido que seremos». Ya desde el título el libro está mal. Nunca «seremos» olvido, «caeremos» en él. El olvido es una caída imparable, peor que la de nuestra cascada que por lo menos va cayendo en seis partes, mientras que el olvido nos arrastra en picada. El más grande personaje muerto (digamos el papa) dura un día: lo que dure la alharaca de su entierro. A mí ni flores, ni alharaca, ni misas, ni recordatorios. Me iré feliz al puto olvido en un vuelo negro de gallinazos que me lleven a darme la vuelta final, por el cielo azul.

Dice el huerfanito que la frase «El olvido que seremos» es de Borges. No creo. Borges era un anglizado más bien sordo, por razón de su ceguera, a la propiedad o casticidad de la lengua española. No tenía el sentido de sus ritmos, de sus sonoridades, de sus evocaciones. Pero eso sí: una frase tan pendeja como esa él no la escribió. ¡La escribió el huerfanito! ¿Y «La oculta» qué oculta? Ahí no hay nada que ocultar, no es lavadero de la política ni del narcotráfico, la compró mi amiga Amalia Ceballos con plata limpia sudada a cántaros. El huerfanito siembra dudas y después se hace el pendejo.

Lo que sí es es muy valiente. Escribió en Cromos un artículo titulado «Las mujeres de Perafán» burlándose de Perafán. No bien salió la revista y sonó el teléfono. Era una llamada del mismísimo capo furibundo, de nadie menos: «O te retractás hoy mismo, hijueputa, o mañana amanecés muerto como tu papá. Te voy a dar chumbimba en la cabeza». ¿Qué creen ustedes que hizo el huerfanito? Pues se retractó. Había aprendido la gran lección de su papá. Pensó en sus hijos  (porque él es reproductor nato), y no quiso que se le fueran a quedar ¡huerfanitos!

Del que sí no se ha retractado hasta hoy es del artículo que escribió contra el autor de «Sin tetas no hay paraíso» (enorme éxito), porque según el autor de «El olvido que seremos» (de mediana circulación) «tetas» era un insulto a la moral y a la delicadeza de Colombia que no ha tenido en su Historia ni un solo asesino, y que tenía que ser «senos». ¡Huerfanito güevón! Senos son los nasales.

¡Eh, Ave María, La Cascada es hermosa! ¡Qué amaneceres después de las tempestades horrísonas de las noches! Por el corredor delantero el majestuoso telón de la niebla se va levantando poco a poco, lentamente, lentamente, para irnos mostrando gradualmente un panorama espléndido: abajo los farallones de La Pintada, arriba dos de las tres cordilleras que tiene Colombia, de montañas y montañas y montañas. Hagan de cuenta Marte o Venus o la Luna. ¡Qué hermosura! Le empieza a temblar a uno el corazón.

Y por el corredor trasero, un segundo telón de niebla se empieza a alzar y nos va descubriendo la piscina de la finca, el lago de la finca y la cascada de la finca, desde la primera caída de abajo hasta la última caída de arriba, para ir dejando la montaña nuestra, propia, y seguir alzándose, alzándose hasta descubrir el abrupto cerro de Cristo Rey, el Corcovado del pueblo de Támesis, que ese sí no es nuestro (tampoco somos la Casa Char ni la Casa Gerlein), hasta la cabeza del Redentor de brazos extendidos, abiertos como para abrazarnos. Finalmente, ya todo despejado y sin niebla, se nos van los ojos montados en el vuelo de unos gallinazos negros rumbo cielo azul de Dios, del que les hablé.

Todo humano nace con su enemigo declarado, es la ley de la vida, y la envidia mata. No creo que el mundo le haya quedado muy bien hecho a Dios, ¡pero qué le vamos a hacer! Los designios del Señor son inescrutables.

El huerfanito tiene un nombre feo. Pero lo que se dice feo. Feo, feo, feo. En el apellido del papá tiene un abad, o sea un monje barrigón que regenta una abadía. Y en el de la mamá un lince, o sea un felino moteado muy rabioso. ¡Uy, qué miedo!