Solo aquel que ha sufrido la violencia de forma directa o como efecto colateral sabe a ciencia cierta que, el daño producido, sobrepasa la destrucción del organismo enraizándose en el alma, la mente y el espíritu del atormentado. Ahora es común escuchar la palabra ‘revictimización´ a semejanza de orgía verbal sin orden ni mesura; a lo mejor, rasgarse las vestiduras obedece a la táctica promocional de diversos intereses.
Unos censuran los difuntos en la otra orilla de la confrontación, mientras justifican los asesinatos a consecuencia del ideario político. ¡Qué grado de vileza y podredumbre moral! Vomitar odio sobre el cadáver desmembrado instituye la bajeza como mecanismo de comportamiento y muestra el fenómeno conductual de los adversarios. Contrario a lo que pregona el nefasto vocabulario mediático, la sociedad colombiana no vive polarizada. Más bien existen personas furiosas por disímiles causas y consecuencias; es decir, el entorno está contaminado.
El contexto social se encuentra tan descompuesto que, el morbo y la sevicia, suplen la razón. Cómo explicar que después del atentado terrorista contra Escuela de Policía General Santander en el sur de Bogotá circularan sin filtro decenas de imágenes de cuerpos despedazados, todavía tibios, por la explosión del carro bomba al interior de la academia. (Lea la columna).
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