Intentamos tributarle un sencillo homenaje al teletipo –rey durante muchos años de las redacciones periodísticas–, que contra su voluntad se fue a dormir el sueño de los justos, en el cuarto de San Alejo o rincón de las amnesias, junto a otros enseres olvidados y relegados como la máquina de escribir, el télex, el linotipo y el transmisor de telefotos por rodillo.
Nadie le hizo al armatoste una justa despedida, digna de su importancia capital, como elemental gesto de gratitud, después de tantos años de permanecer mágicamente activo, disparando noticias desde todos los lugares del mundo.
La revolucionaria ingeniería de sistemas incorporó el servicio de los teletipos a la red de computadores de cada medio, y desapareció súbitamente el encantador teclear que acompañó rítmicamente por largo tiempo a hombres y mujeres en las salas de redacción de periódicos, revistas, emisoras y estaciones de televisión. Al vetusto mueble, que emitía cables informativos sin pausa y sin tregua, las 24 horas del día, no se le dio, siquiera, la oportunidad de anunciarles a sus abonados su propia muerte, mediante los buenos oficios de sus mecanógrafos invisibles: Flash. ¡Urgente! El teletipo ha muerto.
Esta encantadora máquina de nuestras nostalgias -que escribía sola desde los cinco continentes- era el mueble más importante y más apreciado de la redacción. Su llegada acabó con los expertos radiotelegrafistas, que, en los tiempos de la conflagración mundial desatada por el diabólico nazismo recibían y traducían las noticias que una vez traspasadas al papel, iban a manos del editor de turno del diario o del locutor de la emisora. (Lea la columna).
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