26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Disrupciones educativas contra el ostracismo y la exclusión social  

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. (foto) 

https://paideianueva.blogspot.com/

Educar para sociedades democráticas y formar seres libres, responsables y solidarios, es hoy una tarea no solo inconclusa, sino pendiente para la construcción de los nuevos caminos formativos, de las nuevas metas educativas y reconceptualizados paradigmas pedagógicos para construir, con sociedades humanizadas, la posibilidad real de un futuro en el que se cubran a plenitud las necesidades básicas de todos, en especial la de los niños y jóvenes, para que estos se formen como ciudadanos leales y respetuosos de derechos y deberes en un Estado Social de Derecho, como trabajadores productivos, cómo constructores del futuro de ellos, el futuro que les tocara vivir.  Ahí está lo que debe ser, como mandato moral, el compromiso ineludible de gobernantes, legisladores, las familias y, sin exclusión alguna, de cada uno de los ciudadanos con sus diversas organizaciones. Es decir, de todos, incluidos los mismos niños y jóvenes. 

Para tan magno propósito, inmensa es la responsabilidad de los maestros. Ellos tienen un importante rol social en el que son desafiados en su cotidianidad profesional por servicios educativos arcaicos; esos que, con rampante irracionalidad burocrática, restringen su capacidad de innovar. Maestros que trabajan en ambientes de enseñanza con inadecuada habitabilidad para el aprendizaje y con carencia de los recursos avanzados y apropiados para promover niveles superiores de logros personales y sociales y la variedad de habilidades adecuadas y necesarias para estos tiempos recorridos por grandes avances científicos, tecnológicos, cambios en costumbres sociales, reconfiguración o creación de valores, y la alteración de nuestra identidad antropológica y de la correspondiente cosmovisión. Todo ello en el mundo actual, ya construido sobre variadas ideologías políticas y conflictos armados ante demandas universales por la paz y la igualdad. 

Las restricciones para el cambio en los procesos formativos escolares conllevan a la muy reconocida y acentuada urgencia de romper las ataduras injustificadas a la diversidad de enfoques anacrónicos, equivocados e impropios. Enfoques sustentados por la difusa y auto perpetuada burocracia que no reconoce sino sus propias convicciones validadas en alejados y obscurecidos cubículos, alienados de la presionante realidad cotidiana y de los apremiantes cambios que una variedad amplia de necesidades y de indicadores sociales claman urgente intervención. Con su actuar impiden la innovación, la transformación y el cambio que es una constante permanente en la naturaleza y en la sociedad. Sin cambios positivos, no existe vitalidad en la una y tampoco en la otra. 

No existe base moral o ética para que, como humanos, podamos aceptar la resistencia a los cambios en los procesos formativos escolares, y tampoco la de mejorar de modo permanente la promoción de nuevos y valiosos aprendizajes. Hacerlo es negar las oportunidades que ofrecen la diversas formas y rutas para el aprendizaje constante, enriquecedor y transformador positivo de vidas. Superar esa resistencia al cambio, tan generalizada y apoyada en insustentables creencias ideológicas o pedagógicas, es una tarea universal, de todos. Frente a la resistencia para los muy necesitados cambios, tanto en la concepción como en la aplicación de procesos formativos innovadores, cabe crear el espacio desde donde se proclamen y se construyan las disrupciones formativas para evitar que niños y jóvenes (buena parte de ellos ya excluidos social y educativamente), entren y permanezcan en un estado de ostracismo y de alienación social permanente. 

Muchas de las rutas o vertientes pedagógicas, con la independencia e iniciativa innovadora de los maestros y con la inteligencia presente en todos y cada uno de los estudiantes, ofrecen la oportunidad del progreso personal y de toda la sociedad, en especial de aquellos que, por una variedad de razones bien conocidas, carecen de la oportunidad de acceder a procesos formativos de alta significación y que, por lo tanto, continúan en el ostracismo y la exclusión social y educativa, con abierta negación de su derecho a ser formado como personas y como ciudadanos en procesos educativos de alta calidad, con reconocimiento de la valía personal y cultural de cada uno y del derecho de aprender que cada ser humano tiene para desarrollar, con autonomía y control propio sus aprendizajes, y ser capaz de darle validez a estos en diferentes contextos sociales o culturales. 

La ola de los avances y cambios nos arrasará si se persiste en mantener una educación 1.0 o 2.0 correspondientes sociedades ya idas, en la cuales la exclusión de muchos, por la escuela misma, es permitida bajo enfoques, perdidos en el tiempo, pero mantenidos vigentes, violando leyes del aprendizaje y principios claros de conocimientos científicos aportados por las ciencias del aprendizaje. Así, se sigue avalando un modelo formativo escolar que acepta y garantiza, convalida y reafirma la exclusión y la discriminación de los grupos y culturas ya excluidos y marginados. 

Superar una sociedad que, con su modelo educativo, valida la exclusión, exige una disrupción frente a semejante exabrupto, el cual contradice la esencia y naturaleza misma de los procesos educativos. Una disrupción frente a la concepción imperante de lo que se ha entendido por calidad de la educación, la cual es considerada como aquella que, por la vía de muy cuestionados procesos y técnicas de evaluación, permite calificar y asignar, como si fuera, un termómetro, grados de logros, con base en los cuales, tomados sin fundamentos como válidos y objetivos, se emplean  para identificar a los más aptos (o sea, para responder exámenes) y estigmatizar y separar a los demás, que resultan ser la mayoría. 

Concepción tramposa en la que ha caído buena parte de la sociedad y también de una porción considerable de los maestros. Impropia y absurda concepción de la calidad de los procesos educativos que, con base en la examinación como castigo, se yergue, a pesar de muy abundante evidencia contraria, como la guillotina descabezadora que sirve al propósito nefasto y nada motivante y formativo de dañar a muchos, contrario al principio pedagógico que sustenta la obligatoriedad de promover el progreso individual y colectivo. 

Así, la clamada disrupción implica procesos formativos para la promoción constante de cada alumno, procesos que alejen el trabajo escolar de gradación de los alumnos para luego estigmatizar y excluir. Para tal propósito, es obvio que se requieren pedagogos con mentalidad y formación disruptivas,  que conozcan y manejen paradigmas innovadores y alternos sobre lo que es y debe ser una educación concebida como de calidad (¿podrá existir una educación que no lo sea?), lejos de cualquier forma punitiva de pérdida de asignaturas o de años y con énfasis en la permanencia de los estudiantes en los procesos formativos permanentes y, obviamente, con  la consolidación de la superación de todas las formas de exclusión y discriminación basadas en supuestos «rendimientos». 

Al respecto, es necesario recordar que la evaluación no es un proceso técnico sino ético, y que también es una actividad social regida por valores, por lo que no existen procesos evaluativos independientes de las culturas (https://rb.gy/6jjogg).