6 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

De Duque a Duque

Por Guillermo Mejía Mejía

Los que conocimos a Iván Duque Escobar, padre del actual presidente, ex ministro de varias carteras, ex gobernador de Antioquia, ex registrador nacional, entre otros cargos desempeñados, siempre vimos en él a un hombre recio, de carácter, temperamental, pero sin estridencias ni sumisiones, inclusive ante su “jefe” político Julio César Turbay. De gobernador de Antioquia no tuvo pelos en la lengua para denunciarle la tolerancia que desde la Aeronáutica Civil se estaba presentando en el otorgamiento de licencias para aeropuertos particulares y matrículas de naves de dudosa ortografía.

Cuando Iván Duque Márquez apareció en la política nacional, de la mano del senador Uribe Vélez y escuchábamos sus fogosos discursos en el Congreso y sus acerbas críticas por los medios de comunicación al gobierno de Santos, creímos que su temperamento iba a ser el mismo de su padre y que desde la presidencia de la república iba a ejercer un liderazgo nacional, cuando su triunfo electoral era inminente. Su rechazo a la tan denostada “mermelada” fue aplaudida en los primeros meses de su mandato, pero su gabinete ministerial comenzó a despertar sospechas porque, a excepción de la ministra del interior, era desconocido para el Congreso y de un marcado corte gremial. De inmediato fueron evidentes las mayorías congresionales que no apoyaban su gobierno.

La pérdida del plebiscito por la paz, fatal error de Santos, fue el caballito de batalla con el que el Centro Democrático, que ganó las elecciones presidenciales, comenzó a presionar al joven mandatario para tratar de desconocer el acuerdo de paz con el grupo guerrillero de las Farc y acabar con la JEP, la columna vertebral del tratado. En el exterior, mientras tanto, Duque, aun sin posesionarse, aseguraba que cumpliría con los acuerdos, hasta que la presidenta del Banco Mundial, Christine Lagarde, que al parecer no veía sinceridad en esas palabras, le comentó en Washington al presidente electo y a su comitiva que, si regresaba el conflicto en el país, todas las instituciones multinacionales perderían su interés en invertir en Colombia. Desde entonces Duque Márquez maneja dos discursos sobre la paz: uno en el exterior en el que afirma que respetará los acuerdos y otro en el país con sus actitudes frente al discurso de su partido político al que apoya y no contradice.

Pero, lo peor que le ha pasado al presidente Duque, que a no dudarlo es un hombre de buenas intenciones, es la imagen que ya tiene en el país de ser un subalterno del expresidente Álvaro Uribe y de no tener personalidad propia e independiente del cuestionado exmandatario. Los caricaturistas le tienen aniquilada su imagen, pero él no da el brazo a torcer y no hay indicios de que dé gestos de independencia y busque un acuerdo interpartidista con las agrupaciones políticas que votaron con él para segunda vuelta y que son mayoría en el Congreso. Él está confundiendo la mermelada con la participación política, con la gobernabilidad.

Y para acabar de ajustar, un rosario de desaciertos, de malas informaciones sobre reformas que tocan el bolsillo y el futuro del pueblo raso como la reforma laboral, propuesta por Uribe, la pensional de inspiración del Ministro de Hacienda que quiere llevar al país a los fondos privados de pensiones y suprimir a Colpensiones, cuando ya Chile viene de regreso, las disculpas del exministro Botero sobre el asesinato de exguerrilleros y el escándalo de la muerte de 120 líderes sociales en tres meses; el regreso de los falsos positivos; el retorno al glifosato; las cifras alarmantes sobre el desempleo y los osos internacionales del puente fronterizo con Venezuela para tumbar a Maduro; las falsas fotos presentadas en plena asamblea de la ONU sobre la connivencia del gobierno venezolano con el ELN; la exigencia a Cuba para que extradite a los negociadores del ELN y, sobre todo, la tapa del congolo, nuestro inefable embajador en EEUU, Pachito Santos, el personaje que encarna precisamente la antítesis de la prudencia, que nos ha puesto en dificultades con EEUU, agravado la crisis con Venezuela por las “operaciones encubiertas” y puesto en ridículo ante la diplomacia internacional, precisamente en compañía de la aun no posesionada ministra de relaciones internacionales.

Piñera, en Chile, ha tenido la sinceridad de reconocer sus errores y ha pactado con los partidos políticos y organizaciones sociales una reforma a la Constitución para que se incorpore en ella todas las demandas sociales justas que han dado origen a las revueltas populares en el país más desarrollado y pacífico, hasta ahora, de América Latina.

En Colombia se debe hacer algo parecido a un pacto social nacional, con las fuerzas que se movilizaron este 21 de noviembre, que incluían hasta barras de los equipos de futbol, si no se quiere que el virus que arrancó en Chile y que se ha expandido por Ecuador, Perú y Bolivia se nos convierta en una pandemia imposible de controlar.

Si Duque quiere sobrevivir a su gobierno, tendrá que hacer un esfuerzo y dar muestras de la misma personalidad de su padre porque, de lo contrario, sus niveles de aprobación seguirán bajando y nuevas y masivas protestas populares lo pondrán en jaque. Las bravuconadas de Uribe y los gritos de sus muchachas del Congreso ya no asustan a nadie. Los resultados de las pasadas elecciones así lo demuestran.