@eljodario
Hace 53 años la Facultad de Filosofía, Letras e Historia de la Universidad del Valle, que dirigía Oscar Gerardo Ramos, nos graduó a un grupo variopinto de estudiantes que fuimos los últimos alumnos en la apretada sede de San Fernando y teníamos en común la tolerancia y el haber recibido en algún momento de nuestra carrera clases del maestro Armando Romero Lozano, bugueño fututo, especialista en Azorín y Valle Inclán, pero dotado de un humor y una gracia para enseñar que solo se da entre quienes se crían en la ciudad del Señor de los Milagros.
Uno de sus hijos, Rodrigo Romero Renjifo, grande, gordo y paciente, con un humor negro más fino que el de su padre, se graduó con nosotros y no se nos podía olvidar a ninguno, así quien arrasara en la UV con su verbo, el librito rojo de Mao y una elocuencia sonora fuese el demoníaco Harold Alvarado Tenorio, tan grande, tan gordo y tan bugueño como Rodrigo.
Jamás discutieron ambos en público, pero a una perorata de Alvarado, Rodrigo tenía la sapiencia de su padre y el rigor estricto del filósofo para responder. Eso hizo toda su vida, enseñar y escribir sobre filosofía cuando casi nadie ya lo hacía. Y ha resultado tanta su huella que quienes fueron sus alumnos, y hoy muchos de ellos profesores en distintas partes de Colombia, se reúnen mañana en el Auditorio 3 de la Universidad del Valle para rendirle un homenaje emocionado de gratitud y aplaudirle con el fervor que no pudieron hacerlo el año anterior cuando su funeral fue tan discreto como su vida.
Yo, que asistí con él a uno y otro Consejo Estudiantil y que me di el lujo de oír más de un concierto mientras su tía Maruja, que tocaba el violín nos lo explicaba, quiero unirme en lejanía a ese sentido homenaje.
Sordo, cojo y cada vez más deteriorado, me está resultando muy difícil movilizarme. Solo tengo mis bríos intelectuales que todavía me asombran. No puedo entonces estar mañana aplaudiendo al más connotado filósofo bugueño. Que otros lo hagan tan emocionadamente como yo lo haría.
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