26 abril, 2024

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Crónica # 206 del maestro Gardeazábal: El día que recorrí Tuluá en elefante

@eljodario 

 No recuerdo que día fue, ni en cual de mis dos períodos como alcalde electo de Tuluá lo hice. Las fotos que guardo enmarcadas y colgadas de la pared de mis metederos me muestran tan feliz como he querido estar ahora de viejo, recordando momentos satisfactorios o rumiando olvidos que todavía siguen estorbando para impedirme lograr plenamente ese estado. Seguramente me subí al elefante para recorrer las principales calles de Tuluá convencido que con mi atrevimiento bastaba. Si he sido capaz de coger culebras en las manos y obviar su mordedura solamente hablándoles de que no las voy a matar sino a ponerlas a salvo de la manía judeocristiana de asesinarlas, montarme en un elefante no me era difícil. Quizás le hablé como hago con mis orquídeas o mis gansos.  

Nunca he estado en la India ni en ningún país donde los elefantes sean comunes. En Tuluá no había quien me enseñara a montar en semejante paquidermo, como sí estuvo mi padre para enseñarme a montar en caballo y mi compañero de pupitre Jhonny Sutton para que me enseñara a hacerlo en bicicleta. Pero cuando el dueño del Circo Gasca fue a visitarme al despacho de la alcaldía para decirme que los tulueños no querían ir al circo y no les alcanzaba lo que recibían para alimentar los animales, le propuse que yo le ayudaba a que mis gobernados supieran que el circo estaba en la ciudad y que los elefantes eran la gran atracción. Que me dejara montar en uno de sus elefantes y que los demás paquidermos siguieran detrás de mí, en caravana, para que recorriéramos las principales calles de la ciudad anunciando que rebajaba a la mitad las entradas. Que si no funcionaba, yo le recogería entre mis miles de seguidores tulueños los alimentos para mantener sus animales bien nutridos por unos días mientras levantaban el circo.  

El espectáculo fue tan impresionante como sorpresivo. La noticia pasó de boca en boca, la gente corría a la calle Sarmiento y al parque Boyacá y al parque Bolívar donde suponían que el alcalde pasaría obligatoriamente montado en elefante. Fue una manifestación vibrante. Los del circo no lo creían y les quedaron faltando volantes para invitar a las funciones. Se pudieron estar una semana más con llenos completos.  

A los tulueños de entonces no les ha tocado sino contarle a sus hijos y nietos la leyenda, que por estos días se ha ido volviendo mito, del alcalde que recorrió su ciudad en elefante. Una de las fotos que cuelga aquí en mi estudio desde donde escribo y trasmito todos los días, me la regaló Eugenio Guzmán Victoria, quien trabajaba entonces en el Banco Ganadero y salió a tomarla desde la puerta. Ayer, cuando el maldito Covid se lo llevó como a tantos, tal vez demasiados amigos que he visto partir, volví a recordar esa locura y prefiero sonreír con la misma picardía con que Eugenio me saludó aquel remoto día viéndome encima del elefante.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal.