25 abril, 2024

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Contraplano: Treinta y seis años después de la erupción

Orlando Cadavid

Por Orlando Cadavid Correa

El Gran Atlas Universal ha incluido entre
las cuatro principales erupciones volcánicas del siglo XX la del milenario Nevado del Ruiz. El próximo sábado, 13 de noviembre, se cumplirán 36 años de la catastrófica explosión que borró del mapa a Armero y mató a más de 23.000 personas. 

Para el vademécum de la geografía mundial, los dos peores desastres volcánicos ocurrieron con 83 años de diferencia. El primero, el del Monte Pelé en Martinica, el 8 de mayo de 1902, pasó a la historia por ser el más devastador del siglo XX. Arrasó la ciudad de Saint Pierre. La gigantesca masa de lava y gas mató a los 29.000 habitantes, excepto dos que lograron salvarse: el uno, porque estaba preso en una mazmorra, y el otro, por hallarse a prudente distancia de la zona arrasada por la fuerza desatada de la naturaleza. Hubo, pues, más sobrevivientes en la Ciudad Blanca del norte del Tolima. 

Las tragedias apocalípticas suelen convertirse con el correr del tiempo en estadísticas frías, casi yertas, que nunca coinciden en el balance de víctimas fatales, como sucede, en el caso del Volcán Arenas, en el Atlas 2005 que nos sirve de apoyo para estas reminiscencias:
“Nevado del Ruiz (Colombia). Fecha: 13 de noviembre de 1985. Víctimas: más de 23.000. La erupción del Nevado del Ruiz fundió la nieve que cubría su cima. El resultado fue una avenida de agua y roca volcánica que, al convertirse en lodo, arrasó la población de Armero. Cien años antes, el volcán ya había causado mil muertos”. 

Una de las mejores síntesis del cataclismo la logró el periodista Alfonso Castellanos, en un pie de foto de la ominosa boca del volcán, tomada al día siguiente del dantesco evento natural: 

“Cráter Arenas del volcán Nevado del Ruiz, visto casi verticalmente desde un avión del Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Tiene 600 metros de diámetro. Aquí se produjo la erupción, con el resultado deshielo que originó la avalancha. El fenómeno habría de afectar, de una u otra manera, puntos diversos de 23 municipios, en unas 410 mil hectáreas, al crecer los ríos. Por lo menos cinco mil personas resultaron heridas y más de 23 mil muertas, sin contar las desaparecidas. No se recuerda en la historia de Colombia una tragedia igual a la ocurrida pasadas las 9 de la noche del 13 de noviembre de 1985”. 

El geólogo Juan Duarte, del Instituto Geofísico de Los Andes fue uno de los cuatro testigos de excepción de la estremecedora explosión, que dos días después describió con frialdad de nieve perpetua:
“El día 13 de noviembre, a las 9:09 p.m. Se oyó un ruido subterráneo profundo, acompañado de explosiones; a las 9.29 p.m. se incrementó, con mayor intensidad y dejando ver, a pesar de la niebla existente, la luminosidad proveniente del cráter Arenas; a las 9.37, bajo una lluvia de agua y piedras, nos dispusimos a evacuar nuestra base, no sin antes informar por radio a Manizales lo que estaba ocurriendo”. 

El presidente Belisario Betancur –que todavía no se había recuperado de la demencial arremetida del terrorismo contra la Justicia en el perímetro histórico de Bogotá— hizo en una intervención televisada, once días después de la avalancha, esta dramática radiografía de los peores momentos de su cuatrienio:
“Estamos nuevamente de duelo, esta vez por acción de la naturaleza. Sí, el pueblo colombiano ha sido golpeado, pero no agobiado, no derrotado por la tragedia, de manera tal que, si tuviéramos tanto por hacer y sin perder un solo minuto, para resolver tantos problemas, bien podríamos preguntarnos a qué se deben las pruebas a que estamos sometidos: ¡Popayán, la querida Popayán! El incalificable asesinato del ministro Lara Bonilla; la muerte del General Matamoros; la atroz toma del Palacio de Justicia. Y como el horror no tiene límites, ahora… lo que hemos vivido en los últimos días”. 

El acongojado gobernante subrayó: “Este es el precio de vivir, diría un pesimista. Pero la tragedia invita, como lo recordaba un periodista, a ser humildes ante la naturaleza, a aceptar que muchas veces puede golpearnos con su brutalidad, en vista de las permanentes violaciones que cometemos del sistema que ella ha impuesto”. 

La apostilla: Treinta y seis años después de la erupción del Ruiz, la ciencia todavía no está en capacidad de predecir el lugar, las dimensiones ni el tiempo de una erupción, espectáculo de la naturaleza que produce en el ser humano una mezcla de temor y de admiración y que genera, incluso, pequeñas dosis de humor como la del pastuso que compara al activo volcán Galeras con un borrachito tan bullicioso que ni duerme, ¡ni deja dormir!