26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Contraplano: Reportajes con mortaja

Por Orlando Cadavid Correa

Esta pequeña historia es tan cierta como saber que estamos en el séptimo mes del año 2021, y que el globo terráqueo se mantuvo en trance hipnótico frente al televisor durante 28 días, a pesar de la mucha polémica por el catastrófico coronavirus y la Copa América celebrada en Brasil. 

El torneo subregional se estuvo disputando desde el domingo 13 de junio y su final fue este sábado 10 de julio en el mítico estadio de Maracaná, en Río de Janeiro. 

Poca gente sabe que hubo una época tan singular en Medellín, que andaban en macabro idilio el periodismo y la muerte. 

El fúnebre contubernio no tenía origen en la violencia, sino en causas naturales. En efecto, personaje vinculado a los medios de comunicación que entrevistara José Absalón Duque para su revista Cierto adquiría, sin saberlo, su partida de defunción. Como se dice en el lenguaje popular, se iba de cajón, a chupar gladiolo, unas semanas después. 

La temible racha —que nosotros llamábamos a espaldas del entrevistador “Reportajes con mortaja incorporada”— comenzó con el gran humorista Guillermo Zuluaga, “Montecristo”. Siguió con el locutor Carlos Mejía Saldarriaga. Continuó con el maestro Miguel Zapata Restrepo. Y paró, finalmente, con el sacerdote Gabriel Jaramillo Echeverri. 

Se volvió tan común que las entrevistas de Chepe adquirieran carácter póstumo, que los invitados se inventaban disculpas invencibles para no caer en la tentación de aceptarle un tinto o una cerveza, porque la charla podría convertirse en un espeluznante reportaje que incluía expedición gratuita de pasaporte para viajar al Más allá, ligero de equipaje, o sea, sin con qué irse y sin con qué quedarse, como lo recomendó el bardo cartagenero Luis Carlos López, el mismo de la bella alusión a los zapatos viejos en su poema “A mi ciudad nativa”. 

Por las mentes de los cuatro entrevistados que se le murieron a Doble Duque no pasó la idea de que en el momento de la función se hallaban en la antesala de la muerte. Para el mismo Chepe fue una escalofriante casualidad multiplicada por cuatro. Por aquellas asustadoras calendas le preguntó al autor de Contraplano: “¿Cuándo nos sentamos a hablar largo y tendido?”. Como entre bomberos no hay que pisarse las mangueras, la respuesta fue corta, ambigua y nada comprometedora: “Un día de estos, buen José…”. Renuentes a adquirir en forma repentina la condición de viudas, las esposas de los hombres vinculados a la prensa, la radio y la televisión prevenían a sus maridos antes de salir de sus casas: “¡Mucho cuidado, mijo, con las entrevistas que sabemos”! 

Cuando la sucesión de decesos comenzó a hacerse notoria en el ambiente periodístico, dijo ¡presente! el mamagallismo antioqueño. Una mañana se encontró en una calle del centro de Medellín con el colega César Pérez Berrío, que le dijo en tono suplicante: “Por favor, Chepe, no me vayas a entrevistar… estoy muy amañado vivo”. 

Sin embargo, el colega mantenía la situación bajo control. No le daba pábulo al asunto, ni se dejaba encasillar entre los dispensadores de pompas fúnebres, para evitar que se le cerraran las puertas de otros reportajes que tenía en perspectiva. El sabía que las sombrías casualidades culminarían el día menos pensado. 

Tras la desaparición del padre Jaramillo Echeverri, el paisa más versado en el tema de medios de comunicación masiva, que dejó de existir nueve días después de la publicación de su entrevista en Cierto, se detuvo la luctuosa racha. Vinieron, en efecto, reportajes de fondo con gente tan representativa de los medios como Pastor Londoño Pasos, Ramón Ospina Marulanda, Iván Zapata Isaza y Gildardo García Monsalve, que ya se marcharon a cuadrar caja con el de arriba. 

Hubo, pues, en la Bella villa, en el pasado reciente, una época en la que, como reza el socorrido refrán, nadie se moría la víspera, pero compraba el tiquete final para el viaje sin regreso si lo entrevistaba José Absalón Duque para su revista Cierto, meritoria publicación especializada que ya andaba por los 45 números sorteando toda clase de vicisitudes, hasta su lamentable desaparición. 

La apostilla: Ante algo tan natural como nacer y morir, un guasón sostiene que siempre se está muriendo gente que no se había muerto nunca y que debe ser muy impresionante acostarse vivo y ¡levantarse muerto!