26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Contracorriente: ¿A dónde vas, Colombia?

Ramon Elejalde

Por Ramón Elejalde Arbeláez 

Las persistentes y nutridas manifestaciones que hoy presencia Colombia, integradas mayoritariamente por jóvenes indignados y sin esperanzas, que se cansaron de la heredada y pesada carga de muchísimos años de abandono e inequidad, nos tienen que poner a pensar: ¿A dónde vas, Colombia? 

El diagnóstico de lo que ha venido sucediendo por años en nuestra patria lo podemos resumir en una sola frase tan real, pero tan convertida en paisaje por la repetición constante de la misma: Somos uno de los países más inequitativos del mundo. Esa marcada injusticia de convivir con unos pocos que todo lo tienen y día a día atesoran más, con millones de pobres que sobreviven sin más esperanza que obtener el mendrugo de pan para su diaria subsistencia, desbordó la taza de la paciencia y de la tolerancia. El pueblo se cansó de vivir en el pantano y sin posibilidades de una movilidad social que le permita una existencia más digna. Muchos poderosos ganan con el negocio lícito de sus actividades, ganan con la corrupción, ganan con los privilegios tributarios, ganan utilizando información privilegiada, es decir, que reciben a dos manos.  

La clase política es la celestina de todo este mar de injusticias, pues a ella los poderosos le permiten medrar de los presupuestos públicos. No existe posibilidad alguna de que partan de ella reformas que hagan justicia con el pueblo. Están con la boca llena y así no pueden hablar. Las mismas castas llevan doscientos años mangoneando y ocasionales inconformes que lleguen a esas altas dignidades, son apenas la excepción que valida las decisiones de los negociantes de turno.  

La reforma tributaria, que fue la chispa que encendió la protesta, es una prueba de mi dramático relato. Contenía más privilegios para los poderosos, golpeaba a la clase media, empobrecía más a los que nada tienen y otorgaba caramelitos para sonsacar incautos. No calcularon los gobernantes que algún día la paciencia masoquista que durante décadas practicó el pueblo colombiano se iba a colmar y la rabia, contenida por generaciones, brotaría.  

No parece el pueblo dispuesto a aceptar las historietas que los gobernantes de turno suelen exhibir cuando se presentan estos acontecimientos. El coco de que vienen las Farc, el ELN, Maduro o los herederos de los Castro, ya está desgastado y puede que algún desadaptado de estas minúsculas legiones esté infiltrado para causar daño, pero las expresiones son múltiples, multitudinarias y de jóvenes que se cansaron de las mentiras y el engaño y lo que es peor, de jóvenes que no tienen nada que perder. Responsabilizar a Gustavo Petro del estallido social es otro exabrupto, él no tiene la capacidad de semejantes movilizaciones. Además, ni él, ni la izquierda han tenido en más de doscientos años de vida independiente, la oportunidad de gobernarnos. Señalarlos a ellos es más o menos como la historia del “raponero” que en una gran ciudad le arrebata una cadena lujosa a una dama y sale corriendo con su botín, a la par que él mismo grita, señalando hacia adelante: “Cójanlo, cójanlo, cójanlo”, para despistar.  

Realmente es sobrecogedor todo, ¿a dónde vas, Colombia?