7 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Contemporáneos agustinianos

Por Oscar Domínguez G. 

Los días como hoy, 28 de agosto, día de San Agustín, había comida de fraile en el seminario de La Linda, a rosario y medio de Manizales. Echaban la casa por el campanario y el púlpito al mismo tiempo. Un día bien parviao. Misa de dos yemas. En latín, claro. Y de espaldas al respetable público, por supuesto. Corrían los finales de los años cincuenta.

Supongo que por la celebración había recorderis de la regla del obispo de Hipona, hijo díscolo de Mónica que dejó colgado de la brocha a Floria Emilia, “de cuya unión”, tuvieron un hijo, Adeodato.  En una novela de Jostein Gaarder, el mismo de El mundo de Sofía, Floria Emilia le ajusta cuentas a Aurelio Agustín por haberla cambiado por la teología. Primero debía estar el amor, sostiene Floria en el bello y estremecedor libro.

“Ante omnia, fratres carísimi, diligatur Deus, deinde proximi…”,(= primero amar a Dios y luego al prójimo como a ti mismo)  empieza la regla de Aurelio Agustín en el latín que hemos olvidado después de haberlo estudiado todos los días, todo el día, o sea 24-7, en la jerga actual. Este negro tenía un método jurásico para enriquecer el léxico: apuntaba las palabras en un papelito que sacaba en cualquier ocasión y taque:  los que se las aprenden.

Conservo mis calificaciones del Colegio Apostólico. Siempre fui sobresaliente en latín, preceptiva literaria y ortografía. Con la firma del rector, padre Rubén Buitrago, las calificaciones llegaban a lomo de flota Arauca cada mes a nuestras casas.

Como Dios hace las cosas bien, como Carvajal, fui llamado, pero no escogido. Me alcanzó para el retrato con el hábito agustiniano (foto). Nos reclutó en Aranjuez el padre Iván Vásquez de San Agustín. Cómo llegó el padre Iván, gran futbolista, hasta nuestras casas, sigue siendo otro misterio de la Santísima Trinidad para mí.

En esa redada teológica caímos también el asegurador Rodrigo Arango Londoño, los Velásquez (“Garrapatas”, los llamaban los frayles que nos acompañaron), los Pizarro, los Tobón, Javier Aristizábal Villa alias “Galileo”, Joaquín Vásquez, exitoso pintor de mascotas, Alejo Castaño, a quien tenemos de obispo emérito de Cartago, después de haber sido obispo auxiliar de Cali. A Alejo le ha alcanzó la cuerda para ser médico. Javier Pizarro, hermano del negro Óscar, también luce los arreos de obispo.

Nos fue bien a esos pichones de frailes: no nos tocaron curas pedófilos. Cero acosos en una época en la que ver la sota de bastos, o las bellas montañeras de La Linda, nos alborotaba la bilirrubina sexual que después convertíamos en carne de confesión. No se podía pecar ni con las ganas. 

Eran severos los frailes. Sobre todo, los más viejos. Como el padre Rubén, que no se paraba en pelos para castigar con varios “ciliciazos” a los infractores. Me tocó pasar varias veces al frente en la entrega mensual de calificaciones. “Cómo se le ocurre mandar a un compañero – el “Cuadrado” Maya- a comer mierda? ¿Dónde se había visto eso, señor? Venga p’acá.” No daba muy duro, pero quedaba uno ante el respetable como el sur de las vacas cuando van pa’l norte.

Era la época en que las mamás soñaban con tener un cura en casa. Y si llegábamos a papas, mejor. Claro que tengo la sensación de que más que un papa, las madres querían desembarazarse de los que jodíamos demasiado.

Yo admití que tenía vocación cuando me prometieron que si me iba pa’l seminario me bajarían los pantalones y me mandaban a Manizales en Superconstellation de Avianca. Y caí en la tentación. En avión llegué al aeropuerto de Santágueda, muy sí señor. Me tentaron también con la promesa de que podría jugar de todo: fútbol, ciclismo, atletismo… Allá aprendimos a jugar hasta pelota vasca y handball que trajeron del otro lado del charco los frailes agustinos.

No me aburrí un solo día. Y supongo que las bases culturales y morales que impartían nos ayudaron para transitar por este acabadero de ropa que es la vida. En mi caso, no he sido, ni mucho menos, un dechado de perfección, un Agustín segunda etapa, pero lo he hecho lo mejor que he podido. Que tampoco es mucho.

Creo que decidí desertar cuando al tercero o cuarto año de seminario, no volvieron mis amigos. Y los que regresan a casa, ya no en Superconstellation, sino en Braniff, “en branifuemíchica” Flota Arauca. Cuando veo en la carretera un bus de esos me provoca agarrarlo a picos.

Desde el seminario me alimentaron las ganas de escribir: les escribía a mis padres largas cartas en las que les contaban todo lo que iba pasando. Hasta en verso les describía nuestros paseos a pie a Cascarero.

O al cine nocturno en Manizales, adonde íbamos de noche y a pie. Contaba en mis crónicas que una mano “ad hoc” se encargaba de tapar los besos que se iban a dar Joaquín Cordero y Ana Luisa Pelufo en una de las tantas películas mexicanas que veíamos.

En La Linda aprendí ajedrez de la mano de Ramón Franco. El juego este me ha acompañado siempre. Alcancé a tener un buen nivel.  Todavía lo practico. Me ha servido para reproducir las grandes partidas. He escrito largo y tendido sobre ajedrez.

También aprendí en el seminario a ser lagarto: Sin tener voz ni para correr un taburete, me logré colar a la Schola Cantorum que dirigía el mismo padre Iván: me aceptó con esta recomendación: haga la bulla callado. Y como desde entonces tenía voto de obediencia, le obedecía “ad pedem litterae”. Mi hermano Fernando cantaba por los dos. Pertenecer al coro daba el privilegio de viajar y yo tengo un espermatozoide que camina. Conservo el gusto por la música gregoriana que escucho mientras despacho estas líneas.

También logré que me permitieran barrer la biblioteca. Era poco lo que barría y mucho lo que leía. Allí me encontré con el fruto prohibido: el Index librorum prohibitorum, y espero haberlo escrito correctamente. No recuerdo qué lecturas hacía, pero supongo que era de las vedadas. Este pecado de lector no lo confesaba porque me ponían en otras faenas de aseo, por ejemplo, a desyerbar, machete en mano.

Creo que le voy dando jate mate a esos recuerdos medio teológicos que me inspiró el día de San Agustín, cuyas Confesiones leí en alguna ocasión. Le pidió a Dios que lo regalara la castidad, pero más tarde. Fue complacido. Tremendo escritor. No le metí el diente a otras obras suyas porque me parecieron demasiado para mis entendederas.  No soy para mucho.

Creo que es de Agustín esta doctrina de pragmatismo: La riqueza no está en tener mucho sino en necesitar poco. Creo que me he guiado por esa directriz. Me ha ido tan bien en la vida que nunca conseguí plata. Aunque no me habría chocado. Mañana mismo compraré el baloto. Qué jartera a toda hora en bus… Aunque lo disfruto. Gozo con un palito untado.

Le pediré a Santa Rita de Cassia, agustina, abogada de imposibles, que me permita ganarme el baloto por una sola vez. No soy tan angurrioso. Si lo corono mando por todos los destinatarios de este correo en mi avión particular: nos encontramos primero en La Linda, y rematamos en el Desierto de la Candelaria, en Boyacá, donde nos concentramos alguna vez varios de nosotros.  Invita la Casa Domínguez.

No les quito más tiempo. Me hacen el favor de ser felices y me pasan la cuenta. Laus Deo, odomínguezg.