26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Arenas Betancourt y el olvido implacable

Por María Elena Quintero 

De EJE 21  

En una vieja casa, construida hace más de cien años, reposa el legado artístico del maestro Rodrigo Arenas Betancourt.  

Lo custodian paredes hechas en tapia y puertas de comino. Lo ampara el olvido y el desdén oprobioso de quienes en su momento han tenido el poder y los medios para rescatarlo del silencio, la humedad y el tiempo implacable que ya ha empezado a deteriorarlo. 

Es el resultado de sesenta años del trabajo de un importante artista, reducido a la espera de que alguien, o alguna entidad obligada a proteger el Patrimonio Cultural de la Nación, tome la decisión de ayudar a preservarlo y difundirlo. 

La vieja casa, llena de flores, perros y pájaros, aún conserva los latidos de su corazón desbocado en muchos textos olorosos a tiempo acumulado, café y tinta, amores inconsolables, viajes al origen de su memoria y viajes a los muchos museos por donde él deambuló errático y maltrecho. 

Textos escritos en pequeños cuadernos escolares, los que Arenas llamara “bitácoras”, que en realidad son el testimonio de sus reflexiones y la constancia de su dura tarea cotidiana emprendida por años, esperan en fríos archiveros metálicos, viejos cómplices de su íntimo dolor y miedos.  Papeles y papeles llenos de dibujos, mensajes, cartas, cuentas…. 

Un archivo con aproximadamente cinco mil fotografías y negativos, también hace parte del respetable trabajo. La falta de orientación acerca de la técnica para conservarlo, ya se nota en buena parte de este material. 

Lo que antes era el garaje, ahora es la oscura y húmeda bodega de sus moldes en yeso.  Maquetas en madera, yeso, cartón y cera. Proyectos inconclusos. Esculturas deterioradas. 

Los cuartos están atiborrados de cajas que guardan precariamente miles de libros, escritos por él, algunos, y otros escritos por amigos o investigadores de su vida y trabajo. A las Secretarías de Cultura no les ha interesado situarlos en las diferentes bibliotecas de escuelas y colegios. 

Ni siquiera le importa al Ministerio de Cultura que exista la Ley 748 de 2002, por la cual la nación le rinde honores al escultor. Después de todos estos años de inútil correspondencia con los diferentes Ministros de Cultura, por fin hace pocos meses en ese despacho recopilaron toda la jurisprudencia que encontraron para justificar la decisión implacable de no cumplirla y así nos lo hicieron saber mediante un largo y vergonzoso oficio. 

Tampoco tuvo éxito la propuesta de muchos Diputados a la Asamblea de Antioquia, quienes, conmovidos por esta situación, le pidieron el año pasado al Señor Gobernador (en tiempos de Luis Pérez) que presentara el proyecto de una estampilla autorizada en la Ley mencionada, con destino a la creación de un gran Centro Cultural que rescatara este legado artístico y lo situara dignamente. 

¿A quién acudir entonces?  Si conservar el Patrimonio Artístico y Cultural del país, es una obligación del Estado, entonces qué más podemos hacer quienes cuidamos con esmero, ¿pero sin recursos un legado artístico de gran importancia para el Patrimonio Nacional? 

Alguien, adolorido por todo este desprecio, abrió en memoria de Arenas Betancourt una hermosa galería situada en el nuevo centro comercial “Rio Sur”, en la avenida El Poblado y en el sector conocido como La Milla de Oro. Es un sitio para evocar y admirar una pequeña parte del infinito conjunto escultórico ejecutado durante toda su vida. 

Una sensación de impotencia y desamparo ronda por los inmensos corredores de la que fuera su casa- taller, situada en el Municipio de Caldas, convertida ahora en una valiosa bodega de las obras que por tantos años realizara este escultor. 

Pero seguimos teniendo la paciencia, la esperanza, porque no nos resignamos a dejar en el olvido a quien, con sus obras, dignificara la historia de la nación y les diera identidad a las diferentes localidades colombianas.

María Elena Quintero y uno de los cristos de Arenas Betancourt. Sobre ellos escribió María Elena: “Cristo salió de los labios de la abuela de Arenas y permaneció en su obra por siempre. Era la imagen del ser sacrificado, como un Prometeo, lo que le impactaba. Cristo fue una aparición cuando él era estudiante en el seminario de Yarumal. A las 6 de la tarde le daban una vela para reemplazar la luz eléctrica, pero Arenas sólo la encendía cuando había tallado en la esperma un cristo. Su fascinación era ver cómo se derretía la imagen. Cada noche se convencía de que ya había encontrado a Cristo, no desde la religiosidad, como debía ser en aquel seminario, sino desde la plástica. Por eso se voló de allí un día y se fue a hacer otros cristos, los suyos, a través de los cuales expresaba su propia versión americana de nuestra religiosidad. Arenas ejecutó muchos cristos en pequeño formato con su autorretrato en el pecho. Durante su cautiverio, se dibujaba en el pecho de un cristo mutilado. Arenas fue su propio cristo”.