Tienen el club de ajedrez por casa y los 64 cuadros blancos y negros por cárcel. Llegan con los primeros jaques del dÃa y se evaporan a regañadientes con los postreros mates.
PagarÃan por dormir en esos sitios que son su vida. Sueñan con dÃas eternos porque saben que en la noche tendrán que asilarse en su cambuche de cero estrellas.
Con cara de enroque largo imploran que les permitan quedarse. Su alegrÃa está en el mundillo blanco y negro.
Son la sal del juego que les permite reencarnar en cualquiera  de las 32 piezas. Es su forma de celebrar el milagro del ajedrez que les da estatus, los exonera del olvido.
En parches como Los Peones, de JunÃn con Maracaibo, segundo piso, sin ascensor y sin billares, o en el viejo Maracaibo que reencarnó en predios del pasaje La Bastilla, van a vivir, hablar, hacer amigos. (Lea la columna).
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