4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Si la bandeja paisa fuera colombiana

Jorge Alberto Velasquez Pelaez

Jorge Alberto Velásquez Peláez

Tiempo atrás llamé emocionado a mi señora y le dije: “vos que tan mal hablás de Luis Pérez, y ese tipo es una maravilla; ha prometido crear una Empresa Agroindustrial para ayudarle a los campesinos antioqueños tan maltratados y explotados por los intermediarios, tan despreciados por esos ambiciosos e insensibles comerciantes, por los reyes de productos (el rey de la cebolla, el rey del cargamanto, el rey del plátano hartón, etc.), y por  los elegantes ejecutivos de supermercados y grandes superficies”.

“Pero no solo eso”, continué diciéndole, “dijo el gobernador que los paisas tendremos tren, y un puerto en Urabá por el cual saldrán cientos de miles de toneladas de frutas y verduras cuya producción y exportación serán posibles gracias a su gestión”. “Ese es el hombre”, concluí entonces.

Hoy el mejor tren en Antioquia es el del Parque Norte, y no hay puerto, aunque por fortuna, pues no se ha producido un kilo adicional de productos agrícolas, y seguimos exportando lo mismo de siempre, y como siempre.

¿Y los campesinos? Igual, sin ayuda, como ocurre en todo el país, pues el abandono es a nivel nacional; no solo derraman ellos gotas de sudor al sembrar y cosechar sus productos, sino que también las derraman de nervios cada vez que deben renegociar con un insensible y arrogante banquero las cuotas de un crédito vencido.

Es Finagro el gran amigo de las grandes empresas comercializadoras y agroindustriales, y por ello les concede a ellas el 78% de todos sus créditos, y este año, hasta el 8 de abril, les ha otorgado 213 mil millones de pesos de la línea especial Colombia Agro Produce, de la cual los pequeños campesinos recibieron apenas $4.200 millones.

Hace apenas una semana celebramos el Día del Campesino, con algunos pequeños y aburridos minidiscursos políticos, y una que otra torta con apagada de velitas, para mostrar a los periodistas, pero sin que nadie lamentara que pequeños productores en Dosquebradas tuvieran que botar la papa por no poder venderla, o que otros en Betulia, Santander, alfombraran las calles con tomates y lechugas por idéntica razón, mientras se podrían las peras boyacenses, y se podrían también los sueños y esperanzas de muchos pequeños productores nariñenses de papas, café, leche y frutas.

A nadie parece interesarle las angustias de la ruralidad colombiana, pues la atención nacional se concentra en el Covid-19, y en el interés que el gobierno nacional, con sus aliados ANDI y Fenalco, tiene de que no se reduzca el plazo de pago de los grandes a los pequeños, como quizás lo logre la próxima semana el Congreso de la República. Esta es la Colombia que siembra, según nos lo dice Nairo bajándose de su bicicleta.

Pero no está bien criticar sin proponer, y por ello quiero detenerme en una reflexión sobre lo que podría hacerse ahora en la época postpandemia para ayudar a los campesinos de Colombia, a las regiones rurales del país, al futuro agroexportador nacional.

Y mi punto de partida es la bandeja paisa, la cual, si logramos convertirla en un plato de materias primas nacionales, puede ser un referente para un programa de sustitución de importaciones a favor de la producción doméstica.

Veamos. Es imposible considerar una bandeja sin arepa, sin chicharrón, sin carne y sin fríjoles, y por ello importamos maíz, carne de cerdo y frijoles, todo ello el año anterior por un valor de 1.264 millones de dólares, casi tres veces lo que exportamos en automóviles.

Aquellos que disfrutan de un buen plato de lentejas, deberían saber que Colombia es el séptimo comprador mundial de este producto.

En general, las compras en el exterior de productos que deberíamos estar comprando en Colombia ascienden a 4.232 millones de dólares, diez veces más que lo que exportamos en ropa. Pero nos creemos industrializados, nos avergüenza ser campesinos, y hablamos, como coreanos y chinos, de la cuarta revolución industrial.

Cuando en Colombia se llegue a crear un ministerio de agricultura podremos pensar en beneficiar a los campesinos, a ese país que puede sembrar, pero mientras tanto, le corresponde esa responsabilidad a las gobernaciones y alcaldías municipales.

Una buena acción podría intentarse con la creación de redes de producción y de comercialización municipales. Una red integraría a varios municipios de una región determinada que aportarían sus capacidades individuales en producción, comercialización, inversión, formación, o innovación, para la producción conjunta y la comercialización, tanto de productos frescos, como transformados, desde empresas comerciales y/o agroindustriales, que atenderían, en principio, el mercado propio de la red, para posteriormente extenderse hacia otros mercados locales, regionales, nacionales, y finalmente, de exportación; una red se integraría con otra, y estas dos quizás con dos más, hasta conformarse una enorme red nacional de apuestas productivas de pequeñas unidades campesinas, a la cual, obviamente podrían vincularse en condiciones de respeto por los campesinos, aquellas empresas que hoy abusan de ellos, con su trato, con su intermediación, con su insensibilidad, con la complicidad gubernamental.