Una guerrilla, que por supuesto está fuera de las leyes nacionales, tiene la ventaja de poder actuar bajo sus reglas y no se somete al Derecho Internacional de los estados. Las tropas constitucionales, por su parte, realizan sus tareas controladas por las normas de la nación y de los tratados que regulan las relaciones con otros estados, los cuales pueden ser sobre comercio o las guerras, como lo es el Tratado de Roma, suscrito por Colombia. Las Fuerzas Armadas de cada país están sometidas a normas claras que delimitan sus funciones. Los subversivos no tienen límites. Por lo tanto suelen cometer delitos atroces como los calificados de lesa humanidad, los crímenes de guerra y el genocidio.
El ELN, Ejército de Liberación Nacional, que no es ejército y que no nos ha liberado de nada, desde hace veinte años pregona la paz. Hace veinte años o más, Comisiones de la más alta diversidad han explorado sus peticiones para dejar las armas y se integren a la democracia. Le hemos dado la vuelta al mundo en “encuentros”, ”diálogos”, “aproximaciones” con apoyos de algunos gobiernos, la Iglesia Católica y personalidades políticas. Al fin de cada ciclo se despiden con la metra en bandolera y su oración matinal: “nupalom”(Ni un paso atrás, liberación o muerte). La espiritualidad del Eln se puede medir por la extraña militancia de sacerdotes como Domingo Laín, el cura Pérez (Comandante) y Camilo Torres. Y así han transitado por la vida y la muerte desde 1963, con la complicidad de la Cuba de Fidel Castro y refugio en la Venezuela chavista. Por eso, exactamente por eso, no habrá paz en Colombia, mientras exista el gobierno de Nicolás Maduro. (Lea la columna).
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