26 junio, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Polvo eres 

Carlos Gustavo Alvarez

Por Carlos Gustavo Álvarez 

El Rey que yace a la diestra de quien es considerada la mujer más relevante en la historia de España, murió estragado por una leyenda negra que lo persigue hasta nuestros días, cuando su conocimiento despierta aviesas sonrisas de picardía: que las entrañas de su cuerpo se fueron pervirtiendo por el uso desenfrenado de un potenciador sexual conocido como “el viagra medieval”. 

La Reina es Isabel I de Castilla y el Rey es Fernando V de Aragón. Los Reyes Católicos. Ella falleció en Medina del Campo, en Burgos, el 26 de noviembre de 1504. Tenía 53 años y la aquejaba una hidropesía causada por un cáncer de útero. Había ordenado que la enterraran en el Monasterio de San Francisco de la Alhambra, erigido en 1495 (y convertido hoy en el bellísimo hotel Parador de Turismo de Granada), tres años después de que a ella y a su esposo, el último y desastrado sultán de la dinastía nazarí de Granada llamado Boabdil les entregara con humillación el fruto excelso del reino que habían dominado durante 254 años. Fernando moriría 12 años después de Isabel. Su esposa. Su primera esposa… 

El Rey Carlos V decidió que sus abuelos fueran enterrados aquí, donde mi hija Sara y yo hemos llegado la mañana fresca de un sábado de mayo, luego de encontrarnos con la guía en la Plaza de Bib-Rambla y caminar hasta la Plaza de las Pasiegas frente a la Catedral de Granada: La Capilla Real. El hijo de Juana I de Castilla, a quien una óptica de la historia ha llamado con saña y ligereza La Loca, y de su esposo Felipe El Hermoso (para Juana), cuyos cenotafios se yerguen altivos junto a los de los reyes, trajo sus cuerpos en 1521 a esta construcción exquisita que Isabel y Fernando fundaron en 1504. Y que no conocieron. 

A un grupo aproximado de 15 personas, entre las cuales hay una señora preguntona y entrometida que ya sabemos será la rémora del recorrido, la chica nos muestra los vítores marcados en las paredes por los bachilleres de entonces y el letrero que esconde la reja y que marcó la igualdad entre los Reyes Católicos, como reflejo de la personalidad de la dama: Tanto monta monta tanto (Isabel como Fernando). 

La entrada a la Capilla Real es circunspecta y regida por una admonición, que no suele impartirse ni acatarse en otros epicentros católicos, iglesias, conventos y catedrales, que sin duda son los lugares más numerosos y visitados de España: no se pueden tomar fotos. No se puede cotorrear. Y las indicaciones sobre el bello lugar nos las da la guía hablándonos en voz baja a través de unos audífonos. 

A Isabel y a Fernando el mármol de la obra del escultor florentino Doménico Fancelli les otorga una paz de muerte que parece de vida. Todo aquí está impregnado de un espíritu religioso católico, eje y fundamento de la trayectoria de los monarcas. Bajo la obra monumental de Reina, Rey, hija y marido está la cripta hacia la que bajamos por turnos y en la que encontramos cinco féretros reales de plomo. 

¿Por qué el quinto, más pequeño y marcado con una M? Pertenece al Príncipe de Asturias, don Miguel de la Paz. Todas las esperanzas que el trono lo heredara un hombre residían en este niño nieto, nacido en Zaragoza el 23 de agosto de 1498, hijo de Manuel I de Portugal y de Isabel de Aragón, que falleció en el parto del futuro monarca. Este, a su vez, heredero de Castilla, León, Aragón y Portugal, agonizó aquí, en Granada, a pocos días de cumplir los dos años. Sepultado en Toledo y luego devuelto a su ciudad natal, yace junto a sus abuelos y a su tía. Y a Felipe, cuyo matrimonio unió a los Habsburgo con los Trastámara. 

Fernando se quedó sin Isabel cuando tenía 52 años. Sin esposa y sin heredero. Le quedaron, sí, desavenencias incontables con su yerno Felipe que hacían trastabillar sus intenciones políticas en Italia y malograban sus relaciones con Francia. Y todo eso adquirió de repente una solución de sortilegio cuando apareció Germana de Foix. Mejor dicho, cuando apareció el tío materno de Germana, Luis XII de Francia, y como pasaba entonces con las mujeres, acordó su matrimonio con el viudo Rey Fernando, que había cumplido sus 54 marzos. 

Germana tenía 18 años.  

Hemos salido del área reverencial de la capilla conmovidos por la majestuosidad del mausoleo, demudados ante la belleza del Gran Retablo Mayor que ampara el altar y que entre 1520 y 1522 crearon las manos de Felipe Bigarny, escultor y tallista apodado “El borgoñón”. El recinto aledaño nos devuelve el habla, excepto a la mencionada señora que nunca la perdió y que nos tiene hasta la coronilla. La guía pasa a hablar de temas menos solemnes: la locura de Juana (habla de Juana I de Castilla, que vivió 46 de sus 76 años encerrada en Tordesillas por orden de su papá y de su hijo), la hermosura incierta de Felipe y la muerte de Fernando (ya íbamos en ese nivel de confianza), por el consumo desmesurado de cantárida, el resultado de convertir a la mosca española en un preparado medicinal. Gabriel García Márquez lo describió aplicado a Simón Bolívar en “El General en su laberinto” y el Rey católico lo usó a tutiplén como la pastillita azul de nuestros días. 

El Rey Fernando estaba contra la pared. Tenía a su lado una sardina 36 años menor que él y a como diera lugar, debía fecundar un heredero. Se comprometió a pagar un millón de ducados en 10 años por los gastos de la corona francesa en Nápoles y a que el ansiado niño heredara la Corona de Aragón con sus posesiones italianas. Germana y Fernando se casaron por poder en Blois, el 19 de octubre de 1506. Al Rey lo representó, en esa parte, no más, el conde de Cifuentes, Alférez Mayor de Castilla. La joven reina entró a su nueva patria por Fuenterrabía, donde la recibió Alfonso de Aragón, obispo de Zaragoza e hijo natural que su ahora consorte había tenido en 1470 con la noble aragonesa Aldonza Ruiz de Ivorra (juventud, divino y hormonado tesoro). 

Se encontraron en Dueñas. Y allí, digámoslo en palabras de ornamento, se consumó el matrimonio el 18 de marzo de 1507, en el mismo punto geográfico en el que se había encontrado por primera vez con su prima segunda y futura primera esposa, Isabel de Castilla, 36 años antes. La celebración fue por lo alto, con festejos desatados en la cercana Valladolid. 

El 25 de septiembre murió Felipe El Hermoso. Y Fernando volvió a ser soberano de facto de la Corona castellana, como padre que era de la enamorada Juana, que comenzó a pasear el cadáver de su marido tanto porque no aceptaba el desgarro de amor, como por una escasa esperanza de que no la descoronaran. Luego de buscar sin descanso la sucesión masculina de Fernando, Germana dio a luz dos años después al único retoño de ese matrimonio: el infante Juan de Aragón, príncipe de Gerona. Pocas horas después, el niño murió. 

Aquella mujer de 21 años acompañó al Rey en la insistencia de buscar un heredero. No le faltaban ganas, ni plazas al buen Fernando. Pedro Mártir de Anglería, sacerdote y cronista de Indias, escribiría preocupado: “Nuestro Rey, si no se despoja de los apetitos, dará pronto su alma al Creador y su cuerpo a la tierra; está ya en los sesenta y tres años de su vida y no consiente que su mujer se separe de él y no le basta con ella, al menos en el deseo”. 

La leyenda asegura que esa virilidad se mantuvo gracias al consumo de cantárida a la lata, que no como afrodisíaco sino como vasodilatador fue precursora del Viagra. Germana alentó el chupe de la pócima. Y Germana, también, y aquella España cortesana, se quedaron sin Fernando el 23 de enero de 1516, cuando sufrió una hemorragia cerebral por “los graves episodios de congestión derivados de la cantárida”. 

Germana le sobrevivió 20 o 22 años más, siendo descrita a los 29 como “poco hermosa, algo coja, amiga de holgarse y andar en banquetes, huertas, jardines y fiestas”. Lo cual no fue óbice para que tuviera dos maridos extras. La vida estomacal de Germana la precipitó a la obesidad. Un bufón narró la imaginaria noche en que tembló, ella se cayó de la cama y las consecuencias habían sido de desastre: dos entresuelos desfondados y varios criados muertos por estar al final del porrazo. No está enterrada por acá, sino en el Monasterio de San Miguel de los Reyes, en los extramuros de Valencia. 

¿Dónde están los otros reyes, comenzando por Carlos V que honró a sus abuelos en la Capilla Real? En el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Al final del “Panteón de los Infantes” se baja por una escalera lustral para llegar a la base del imponente “Panteón de los Reyes”. Ellos, al lado derecho del altar. Ellas, al lado izquierdo. Solo las que fueron madres de Rey. Cuatro siglos de la Monarquía española hasta Alfonso XIII. Con solo cuatro excepciones voluntarias. El hombre que vigila esta cámara circular de lujo hace cumplir la prohibición de tomar fotos. Y recuerda hablar en voz muy baja.  

La historia del Rey Fernando como un fornicador impenitente, estimulado por el bichito aquel, sigue rodando, pero ha sido desmentida, transformada en leyenda blanca. Una investigación médica, compendiada en el artículo “El fin de un mito: causas clínicas de la muerte de Fernando el Católico” (publicada en STVDIVM 24, revista de humanidades de la Universidad de Zaragoza, 2018), propone a partir de la disnea y los edemas, como principales síntomas, que la causa no fue el coleóptero ni el trámite posterior sin tregua sino un fallo cardíaco. 

Descanse en paz, Rey Fernando. Aquí, con su cuerpo de mármol impoluto, junto a la majestuosa Isabel, a la hija que no dejó reinar y a su atractivo pero contencioso marido. Y al niño Miguel de la Paz. Cuando vengan a Granada, visiten la Capilla Real. Y muchos otros lugares maravillosos de esta gran ciudad, hacia alguno de los cuales huimos con mi hija, despidiéndonos de la guía y del grupo, que siguen escuchando a la señora que creía saberlo todo.