
@eljodario
Uno de los paseos obligados de la mayoría de los turistas extranjeros, y de casi todos los colombianos que viajan a Cartagena, era hacer el recorrido en las chivas rumberas, donde entre música alaracosa y licor a borbotones se recorría Bocagrande y Castillo y algunas avenidas de la ciudad amurallada. Ese festival ambulante era algo así como una discoteca móvil para hacerlo después de la comida y hasta las 10 u 11 de la noche, cuando las chivas de distintas rutas iban parqueándose con sus pasajeros alicorados en la calle del Arsenal, donde muchos continuaban la rumba en los bares de las cercanías, aprovechando que ya estaban prendidos.
El alcalde Dumek, que ha resultado de ultraderecha supersónica, acaba de darles una estocada mortal a las chivas rumberas. Según decreto napoleónico las chivas deben salir a las seis de la tarde y no pueden estar más allá de las diez de la noche y, les limitan el recorrido solamente a las dos avenidas de Bocagrande y no puden ofrecer licor. Ya no pueden asomarse por la ciudad amurallada y, obviamente, por el circuito de Castillo Grande, donde vive la mayoría de los blancos apergaminados en rancios abolengos y tienen su segunda vivienda los bogotanos que han querido mandar en Cartagena desde hace años. Sin pensar en sus consecuencias. Igual a como no midió que tumbar el edificio Aquarela le iba a costar al fisco municipal más de lo que les costó a sus sancionados constructores levantarlo.
Igual a como creyó espantar los deseos sexuales de turistas prohibiendo las aglomeraciones de busconas en la Torre del Reloj, y se olvidó que las aplicaciones de wasap les permiten conseguir la cita por la pantallita y citarse en otras calles y plazuelas. Igual a como engatusó con obras faraónicas nunca terminadas a Carmen de Bolívar cuando fue gobernador, el emperadorcito Dumek ha puesto punto final a las chivas rumberas creyendo que va a obligar a los turistas a portarse como monjas de convento y a ser aplaudido por los riquitos sin mestizaje.
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