No existe evidencia científica irrefutable de que el glifosato sea dañino para la salud, así como tampoco existe la contraria, de que sea inocuo.
Pero Juan Manuel Santos, luego de haber asperjado un millón de hectáreas, se recostó en la advertencia de la Organización Mundial de la Salud para suspender la fumigación de la coca, basada en el principio de “precaución”, palabra que resume la falta de certeza de que habrá un daño. Y así, Santos ofreció a las Farc, en los amagos de los inicios de las conversaciones, su primer acto de buena voluntad: dejar de fumigar “por precaución”.
En el artículo 4 del acuerdo de La Habana, ahí sí, el Gobierno no dejó que quedara la aspersión estrictamente prohibida. Pero en la redacción de la sentencia T-236 de la Corte, a un magistrado que debió de amanecer alegre ese día le dio por redactar el artículo 6. En todos los artículos anteriores, la Corte hablaba de riesgo, y en el 6 introdujo la palabra ‘daño’ (el primero requiere precaución; el segundo, prevención), imponiéndole al Gobierno, como requisito para poder fumigar, una prueba irrefutable de que el glifosato no es dañino para la salud. (Lea la columna).
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