4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Memorias apolíticas no personales

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez

¿Memorias o testimonios sobre la experiencia personal en la política o simplemente en la vida?

Niezstche dice que solo queda en la memoria aquello que no deja de doler. Pero en el Diario de Ana Frank sólo hay un amor diáfano a la vida que se le ha negado con el confinamiento y mediante esa discreción es que deja en nosotros la huella fresca de su infancia perdida. Lo importante es que el yo posesivo de ciertos escritores que se preocupan más por su protagonismo es nada ante la callada tarea que tiene el humillado de descubrir de nuevo el mundo tratando de encontrar razones para construir una nueva ilusión, un “Carpe Diem” que le recuerde que es necesario: “exprimir siempre la hermosa flor del día” porque hoy todo futuro ha sido cancelado.

El niño que habita en el hombre y ha sido marcado por el sufrimiento en la infancia, nunca deja de escribirse cartas de ausencia a la vista del cadáver insepulto de todos los proyectos colectivos de felicidad, ante las ruinas de lo que fueron las grandes ilusiones de nuestros padres. Sobre Iván, aquel niño que pierde su infancia en la guerra en el film de Tarkovsky, Sartre recuerda amorosamente: “Esta alma desolada conserva la ternura de la infancia, pero no puede experimentarla y, menos aún, expresarla. O bien si se abandona a ella en sus sueños, si se pone a soñar en la dulce distracción de los trabajos cotidianos, se puede estar seguro de que esos sueños se metamorfosean inevitablemente en pesadillas”.

El Diario es personal cuando quien lo escribe se describe –valga la paradoja- ya que para ello necesita partir de la modestia que constituye el más respetuoso punto de vista sobre los otros.

Hay quienes confunden el escribir un Diario con una enumeración de cifras, de nombres famosos, olvidando que desde que un niño o una niña cobran conciencia de su existencia ya son seres envueltos por la política porque la política como un fatalismo tiñe de horror sus primeros recuerdos, Iván se pierde en la noche del horror, pero Tarkovsky recobra su diario suplicio y su inefable nobleza a través de sus ojos sin lágrimas. “Desde que tengo uso de razón, me contaba mi papá moribundo, no he visto sino matar gente en Colombia”. Asesinatos brutales, rituales de maldad extrema que nunca fuimos capaces de situar en su verdadera dimensión moral, miles y miles de niños sacrificados inútilmente por asesinos juzgados por jueces de su misma calaña. Ya que por anticipado hemos llegado a conocer el nombre y la filiación de los asesinos de niños, pero preferimos que unos medios de comunicación degradados ad infinitum los disimulen para comodidad de nuestra mala conciencia.

Esta falta de escrúpulos y de vergüenza es la causa de que sepamos tan poco de nosotros mismos, de nuestra incapacidad enfermiza para darle al atropello que supone el reclutamiento de los niños la dimensión de ofensa mayúscula y prefiramos quedarnos en lo atávico demostrando así nuestra incapacidad de acceder a una sociedad racional regida por la justicia.

Fusilar a unos niños es la mayor de las atrocidades de las cuales son culpables tanto los verdugos despiadados como los crueles cerebros que pusieron en marcha esta maquinaria sangrienta de las FARC y el ELN. Pero también los imperturbables “historiadores materialistas” que consideraron como “una necesaria entrada en la historia” el asesinato y reclutamiento de cerca de 17.000 niños y niñas la mayoría de los cuales no volvieron a casa y nadie conoce donde están enterrados mientras “El Congreso se divierte”.

¿Qué sabemos de los diarios de los niños y niñas escritos en el viento, de esas cartas desaparecidas en la hojarasca de los montes? Los niños nos miran: no dejaré de repetir entonces que el juicio a los asesinos de niños no puede ser solamente un juicio político sino una condena moral.