Lo poco que pude percibir del movimiento de la ciudad en la quietud de mi habitación fue el sonido del metro a mis espaldas; de frente, la luz que entraba por la ventana y variaba desde el amanecer hasta el ocaso; de a ratos, las gotas de lluvia que se metÃan en la habitación para recordarme a Bogotá; y de lleno, el canto de las catitas que funcionaba como un despertador cada mañana.
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