Por Abelardo de la Espriella (foto)
El Estado, representado por el Gobierno de turno y todas sus entidades, debe ejercer la labor de un paterfamilias, aplicando, sin distingos, con decisión y determinación la Constitución y la Ley. Y digo que el Estado debe ser un padre responsable para con sus administrados, porque de la autoridad correctamente impartida devienen la salvaguarda y la preservación de la institucionalidad y la democracia.
Si un hijo tiene consciencia de que su progenitor es severo y demanda disciplina y respeto todo el tiempo, de seguro, por ejemplo, al llegar alicorado a casa, si se para frente al jefe del hogar retorna a sus fueros, como por arte de magia (a mí me pasaba tal cual en la adolescencia con el viejo Abelardo); en cambio, si el padre es laxo y permisivo, es factible que el mismo sujeto, llegue tarde y probablemente haga un escándalo impresentable. El ser humano inconscientemente reivindica su libertad violando la ley y desconociendo, de una forma u otra, las reglas preestablecidas; por ello se requiere siempre una mano dura que ponga los puntos sobre las íes.
Los recientes desmanes y actos vandálicos ejecutados por una caterva de delincuentes, que posan de estudiantes, tuvieron a Bogotá al borde de un caos sin retorno. (Lea la columna).
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