1 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Jodario: Viento y sol

 

Por Gustavo Alvarez Gardeazábal (foto)

En este país oímos las buenas noticias como si fueran cháchara. Como estamos curtidos de ilusiones y promesas de los gobernantes, no las vemos tan claras. Así y todo lo que dijo la ministra de Minas y Energía sobre la capacidad eólica y solar que posee La Guajira para producir energía no puede echarse en saco roto. Ella dijo, en cifras, algo que cualquier colombiano que haya ido a La Guajira sabe muy bien que no es exageración. Colombia tiene allá un potencial de 42.000 megas de energía solar y 15,000 de energía eólica. Es decir si tuviéramos montadas en esos arenales las granjas solares que anda regando Celsia ilusamente en los valles interandinos, donde hay más nubes que sol, y si los europeos que viven con ganas de usar el viento que sopla con fuerza tuviesen ya los permisos, los socios y el visto bueno de las rancherías, estarían los ventiladores montados y la producción eléctrica de La Guajira sería superior a la que hoy requiere el país.

Pero como es en La Guajira, territorio que volvimos mítico para no tenerlo que entender. Como los cachacos aceptamos la idea de que allá solo hay wayús defendiendo rancherías de arena, contrabandistas recorriendo trochas y corrupción administrativa a borbotones, nadie se atreve a poner sobre la mesa la gran propuesta energética. Solo recuerdan la represa del Rio Ranchería que no ha tenido utilidad porque jamás hicieron los canales de riego esperando permisos de la Anla o de los caciques, pero se les olvida que en las combatidas y criticadas manos extranjeras montaron El Cerrejón y sigue produciendo. Es decir que sí se puede.

¿No podrían combinar esfuerzos los poderosos dueños de las carboneras, los pujantes de Celsia y muchos otros inversionistas colombianos o extranjeros para hacer real esta sumatoria de megavatios? ¿Quién se atreve a liderarla?

Pastusos

Gracias a una fenomenal metida de pata de un tal Molano que le tiene tanto pánico como sus compañeros del Centro Democrático al respaldo ciudadano a Antonio Navarro Wolff para la candidatura a la alcaldía de Bogotá, los pastusos se han puesto de moda y desde muchos frentes se ha ido explicando porque a los colombianos nos enseñaron a estigmatizarlos desde las épocas de la independencia, y desde las batallas imaginarias o absurdamente reales con Agustín Agualongo, el último de los nariñenses capaz de empuñar la bandera española ya bien entrado el primer lustro de la república.

La presidente de la Academia de Historia de Nariño, a mucho honor mi antigua alumna en los inolvidables años en que fui profesor de la Universidad en Pasto, ha salido a plantear en la revista “Semana” que desde las épocas de la gobernación de Popayán se dijo, escribió y repitió que los pastusos eran estúpidos y con ese remoquete se quedaron por siglos. Por supuesto que ellos han ayudado con un sentido del humor que ninguna otra región del país tiene, burlándose de ellos mismos con los chistes pastusos. Pero para quienes hemos vivido en Pasto en momentos culminantes de la existencia (allá escribí en 1971 “Cóndores no entierran todos los días” desde mi cubículo en la ciudad universitaria de Torobajo). Para quienes hemos podido medir la grandeza del temperamento de sus gentes y la habilidad para ocultar su inteligencia y dar siempre la sorpresa con sus ideas o actitudes. Pero, sobre todo para quienes tenemos sembrado en el recuerdo las figuras proceras de Ignacio Rodríguez Guerrero y Alberto Quijano Guerrero, paladines de la literatura y la historia, y detrás de ellos a todo un acumulado de vibrante sapiencia, nos produce risa que todavía haya quienes en su bogotanísimo pensar crean que los pastusos son pastusos de verdad y que a Bogotá no la pueda gobernar el exministro Navarro porque es pastuso.

@eljodario