7 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El gato que murió de sus siete vidas

Por Oscar Domínguez G.

De todas sus vidas falleció la gata Tomasina, una aristócrata sin pedigrí que vivió y se dejó morir en el barrio La Candelaria, en la ciudad vieja de Bogotá.

Como todos sus colegas Tomasina “vivía en la eternidad del instante”, dicho sea, con el argentino más citado (esta última frase se la incauté al poeta Juan Manuel Roca).

Algunos mortales para exorcizar la muerte solemos frecuentar los cementerios de la ciudad que habitamos. En mi caso, siempre me encuentro con algún gato haciendo cursillo para muerto.

En los cementerios de Buenos Aires donde viven su muerte Gardel y santa Evita Perón, hay más gatos vivos que personas muertas (sin confirmar sí lo digo).

Otro truco para durar más consiste en leer los obituarios del periódico. Un escritor que no necesita que lo estamos recordando – tuvo que aguantarse el frío Estocolmo para recibir un premio – leía los obituarios y solo cuando constataba que no aparecía en ellos, salía a la llanura. Se había ganado otro día de inmortalidad.

Volvamos a Tomasina. Cualquier día, nuestra gata aprovechó una ventana que encontró abierta en una casa de La Candelaria, se coló y se instaló sin llenar ningún registro.

Al fin y al cabo una gata como Tomasina es todas las gatas. Y para ser inclusivo, un gato es todos los gatos. (No quiero caer en desgracia con la población felina. Lo digo desde mi óptica de sujeto que solo ha tenido dos perros: Yiya, french poodle, y Nacho, orgullosamente chihuahua. A french muerto chihuahua puesto).

Cuando la conocí, la dueña de casa que acogió el insólito huésped ejercía el bello oficio de vendedora de libros. Lo mira a usted a los ojos y al rompe descubre qué obra está buscando.

Lo supe cuando visité la Librería Central, de Bogotá, en la calle 94. Algo le dijo a la vendedora que este pecho iba en busca del libro de Gustavo Castro Caycedo “Historias de perros y gatos”.

Mientras me empacaba el libro con todos sus puntos y comas, doña Stella Rozzo y este moreno armamos tremendo croché.

Entrando en honduras y tegucigalpas gatunas la frágil vendedora me contó la historia que amerita aparecer en el libro de Gustavo cuando lo reedite.

Un mal día su Tomasina se largó de casa como había llegado: Sin dar gracias ni dársele un carajo. Se esfumó por la romántica ventana arrodillada (¿¡) por la que había entrado y que era como un palimsesto de serenatas una encima de otra.

Volvió a saber de Tomasina cuatro años después cuando la prófuga entró por la misma ventana por la que se había esfumado. Y ahora, por favor, abróchense los cinturones:  Tan pronto vio a su antigua ama, Tomasina se arrojó en sus brazos… y murió. Stella sintió que había muerto de sus siete vidas.

La vendedora de ficciones nunca se recuperó del impacto. Le dio felina sepultura a la recién llegada y siguió adelante practicando la obra de misericordia consistente en adivinar qué libro buscan los clientes de la Central. (Líneas sometidas a latonería y pintura)

Pie de foto: El gato que acompaña estas líneas no es la gata Tomasina: es el corrector de estilo del colega samario Jorge Giraldo. No le perdona una coma mal puesta. Tampoco le gustan los adverbios terminados en mente. Los que galicados le dañan el semestre. Le dice siempre a Jorge: adjetivo que no mata engorda.