Darío Ruiz Gómez (foto)
Hace ya veinticinco años que me jubilé como profesor universitario y ningún día pasa sin que yo haya dejado de defender la misión de la Universidad luchando contra la desidia oficial puesta de presente en su eterna desfinanciación económica, pero luchando también contra las fuerzas de la barbarie que no han dejado de atentar contra la libertad de pensamiento, destruyendo , en su momento, bibliotecas, laboratorios, persiguiendo a quienes se oponían a sus desacreditadas consignas contra contra una “cultura burguesa” que supuestamente debía ser reemplazada por la nueva cultura de obreros y campesinos. Lo que quiero señalar es que lo que durante las últimas tres décadas llegamos a vivir y padecer en la universidad ha sido el reflejo por un lado de la crisis de nuestros valores sociales pero por otro el descrédito del dogmatismo totalitario que nunca ha querido asumirse. El balance de lo que supuso Mayo del 68 como paradigma de revuelta estudiantil contra la sociedad burguesa es inobjetable: aquello no pasó a mayores porque sencillamente fuera de dos o tres graciosos grafittis, nada quedó como un objetivo a cumplir en lo único que lleva a una sociedad al cambio: el conocimiento. Los pensadores que acompañaron las distintas revueltas estudiantiles, Sartre, Marcuse, entre otros, pudieron constatar que sus propuestas para una nueva universidad no se cumplieron pues prontamente los rebeldes de ocasión regresaron mansamente al redil. (Lea la columna).
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