En épocas de bárbaras costumbres navideñas me tocó hacer las veces de “abogado” defensor de marranos que finalmente eran sacrificados en medio de tutaimas, tuturumaimas y del bullicio del respetable. No gané un solo “juicio”. Duele admitirlo, pero también participé en pisquicidios y pavicidios.
En la inhumana matada del marrano, era el primero en sumarme al desorden: de defensor pasaba a desaforado consumidor del cerdo que había pasado a mejor vida, metamorfoseado en achicharrado chicharrón. Extraña forma de cobrar honorarios: entrándole al colesterol del humillado-defendido “mirapalsuelo”.
Al cantante Juanes lo marcó para siempre esa tradición. Llevó su fundamentalismo a erradicar la carne de cerdo de la bandeja paisa. Algo tan insólito gastronómicamente como consumir ajiaco de pollo sin pollo.
Convertida en juicio sumario, la matada de marrano incluía la farsa con defensor, acusador y jurado, generalmente integrado por borrachitos alebrestados. Al final, todos a una, participaban de la francachela y de la comilona.(Lea la columna).
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