7 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Crónica # 627 del maestro Gardeazábal: la isla condenada

Gardeazabal


@eljodario

A la isla de San Andrés la descubrimos los colombianos cuando Rojas Pinilla, siendo presidente, se las ingenió para adherirla a la distante nación.

De eso fue hace casi 70 años y el General usando la atracción de la miel a las abejas convirtió la isla por decreto en un Puerto Libre, donde llegaba toda clase de mercancía que las circunstancias y restricciones económicas no permitían que los colombianos importáramos de otros países. Y, además, sin pagar impuesto alguno. Eran los tiempos de los DC-4 que llegaban abarrotados de compatriotas que desde mucho antes de la Guerra Mundial habían dejado de ver en las vitrinas de los almacenes electrodomésticos y mercancías de todo tipo porque el país no tenía dólares con los cuales financiar las importaciones.

Ir a San Andrés se volvió entonces para muchos un modus vivendi pues se llegaba a la isla a comprar lo que acá se podía revender. Existía una reglamentación estricta. Cada pasajero tenía derecho a un cupo en kilos y maletas y, por supuesto, a un número restringido de entradas por año a la isla.

Acudieron los inversionistas antioqueños y los comerciantes del Medio Oriente. Los caleños se fueron adueñando de ella y se convirtieron en clientes e inversores permanentes. Se montaron hoteles y almacenes de todos los precios, las aerolíneas inventaron planes de promoción y el populacho que nunca imaginó viajar por encima del mar se precipitó a San Andrés con sus comodidades, exigencias y defectos del interior.

Cuando dejamos de ser pobres, el Puerto Libre ya no fue gancho, pero sus playas, el azul de sus mares y la cordialidad de sus gentes la volvieron el gran paseadero de medio país. Los canadienses y europeos repletaron sus playas y paisajes hasta que la mala atención y el desgreño administrativo les fue repelente a unos y otros.

Fueron décadas en que llegaron miles de colombianos hasta que Petro fue presidente y decretó un alza desmedida en el impuesto de pasajes y hoteles y las gentes tuvieron que dejar de ir. Vertiginosamente la isla encantadora se convirtió en la isla condenada a desaparecer.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal