Por Darío Ruiz Gómez
La certeza que hoy en día tiene cualquier ciudadano(a) es la de saber que un ojo invisible lo está siguiendo a donde se traslade, al interior de su oficina, de su hogar, algo que viene a ser alarmante y que nos lleva a mantenernos en actividad, viendo tres partidos de fútbol a la semana, el final de un concurso de cantantes viejos, etc. Y lo que es peor: esta certidumbre nos hace cada día sentir que ya no hay escondite posible, que no contamos ni siquiera con esos lugares donde creyéndonos a solas sonreíamos o llorábamos. Todo está registrado, ya no hay desiertos o selvas impenetrables.
El estallido simultáneo de decenas de Beepers y de Walkie-Talkies en el Líbano matando a figuras de Hizbolá ha sido una demostración de que ya el enemigo no tiene donde esconderse, de que cada milímetro del territorio está verificado. Los nuevos drones localizan un objetivo militar a 436 kilómetros de distancia.
Hoy sabemos, además, que toda guerra como toda contienda electoral necesitan previamente de contar con un equipo de especialistas en difundir la mentira, en sofisticar el bulo, la difamación y convertir a los contendientes electorales en hologramas ya que estos mueven la cabeza, los brazos, pero carecen de la capacidad de discernir y si mienten o difaman lo pueden hacer impunemente ya que a un holograma ninguna justicia lo puede condenar.
La tenebrosa exguerrillera vocifera contra aquellos que pretenden en el Congreso condenar la sangrienta dictadura de su amigo Maduro, ella imputada con documentos abrumadores de reclutamiento y la muerte de niñas mediante abortos salvajes, ella cómplice de tomas sangrientas de poblaciones campesinas.
¿Qué justicia ha sido capaz de condenarla a ella y a sus cómplices de igual catadura? El ELN acaba de hacer un atentado contra una base militar en Arauca con decenas de soldados heridos gravemente y tres de estos buenos muchachos muertos: la sensación de dejá vu se repite pues durante más de cincuenta años el ELN ha repetido una y otra vez este tipo de atentados, cuarenta atentados infames hizo durante estos últimos meses de “Cese al fuego”.
Arauca ha sido su campo de ejercicios predilecto, un morboso polígono de tiro: un niño que cruza una esquina, un policía que juega con un grupo de vecinos en un parquecito, una señora que camina por una vereda con sus dos hijos. En los tres últimos años ha asesinado a más de setecientos niños, ancianos sin que nadie proteste. Pablito que es el más tenebroso asesino que ha dado la Historia de Latinoamérica debe contar con confesores de la Iglesia de Puebla que después de cada masacre únicamente al parecer lo “condenan” a rezar tres padrenuestros.
La tragedia de Arauca ha sido calculadamente desconocida en la pretensión de convertir Arauca en un territorio incorporado a la “Nueva Patria madúrense”. Cada criminal en territorio colombiano está detectado, lo que causa sorpresa es que no se actúe contra ellos “para lograr la paz” y no seguir sosteniendo una guerra inventada para beneficio de sus desconocidos propietarios.
Sin un Tribunal de Justicia que individualice a estos criminales lo que de inmediato vendrá es un festín de violencia para seguir extrayendo oro, coca, etc. Pero, ¿quién los juzgaría en una sociedad que de tanto callar ha terminado por hacerse cómplice de este genocidio?
Lo primero y lo más eficaz tal como lo vemos consiste bajo la complicidad general en continuar destruyendo la lógica y la razón ya que a partir de esta destrucción todo les seguirá siendo permitido. La muerte de Dios.


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