11 septiembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

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Por Carlos Alberto Ospina M.

De manera imprevista todo cambió para estorbarle a las emociones. Delante de los ojos desfilaron las sonrisas, la incipiente alopecia, una que otra arruga, la tirilla destemplada del sostén, el pocillo deteriorado y las cejas dibujadas.

Dejamos de escuchar la pausa que hacen los pájaros minutos antes del amanecer; en cambio, preferimos poner atención al desbarajuste que acontecía en el piso de arriba, acompañado del taconeo serpenteante de una mujer en aprietos.

Elegimos dar la espalda lejos de girar con los brazos extendidos para echar anclas en el regazo de la amante de siempre o de aquella que apetecía algo más. Abandonamos los besos sembrados acerca de la tierra árida para perseguir las esporas dispersas de la piel renovada y, sin memoria. Esa felicidad que ofrece la membrana rompible en comparación con el miedo que suscita el atrevimiento.

Olvidamos que existen citas de doble faz. Ellas queriendo y nosotros insistiendo. Nosotros pidiendo y ellas deseando. Al final, el pronombre personal masculino y femenino queda neutro, y el plural indica que cada quien se fue con lo que pudo imaginar; es decir, sin haber logrado lo que se pretendía.

Relegamos a un tercer plano el arrullo tranquilizante de las gotas de lluvia rebotando encima del tejado, el salir a brincar sobre los charcos en plena tormenta y recoger el granizo con las manos entumecidas.

Volvimos rutina insípida el saludo sin abrir los labios, el aroma incomparable de la primera taza de café, el mordisco a la arepa caliente que chorrea mantequilla y el crujir de la tostada cuñada con quesito fresco.

Atamos con firmeza los zapatos y desamarramos los afectos a partir de la indiferencia. La caballerosidad se transformó en un gesto obsoleto y reducido a la condición de cosa extraña.

Seguimos con la intención solapada de pasar por encima de otros, ignorar las normas y dejar de lado la propensión a pensar bien. Algunos imbéciles prefieren burlarse de los desaciertos, grabar al desvalido en apuros y maltratar al anciano.  Unos cuantos enfocan su interés en los “seres sintientes”, mientras que exponen una postura indiferente e irracionabilidad hacia el ser humano.

Continuamos alterándonos con facilidad por cualquier cosa, permitimos que los desazones empañen el momento y evaporen de modo inexplicable la magia entre dos.

Importunamos con la falta de empatía, la bobada de imponer las ideas y el hacerse el tonto con la billetera que el otro extravió. Todos habitamos en el círculo de la corona funeraria y, sin embargo, no advertimos el riesgo de morir. ¡Cada uno habla como quien es!

La definición de la locución coloquial “pedir peras al olmo” se constituye en una sentencia firme: “Esperar en vano de alguien lo que naturalmente no puede provenir de su educación, de su carácter o de su conducta”. (El Diccionario de la lengua española, 2020).