2 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¿Y de qué vivirán… don Esteban, Augusto y Mariela?

Por Jorge Alberto Velásquez Peláez

Don Esteban reflexiona sobre todo lo que viene ocurriendo por culpa de ese virus chino, paisano por demás de las chaquetas y otras prendas de vestir que sus empresas confeccionistas vienen comprando desde hace varios años, con enormes utilidades gracias a sus bajísimos precios.

Toda su vida dedicada a los “trapos” -como le dicen sus paisanos al negocio de textiles y confecciones- pero lo mejor de todo, con una muy prolongada vida siendo muy rico por ello.

Es su segundo whisky de la joven tarde, que de alguna manera le mejora ese sinsabor que le dejó la noticia de un señor llamado Don Amancio, multimillonario español dueño de Zara, quien ha venido regalando muchas cosas en su país, ayudando con la pandemia, produciendo material médico-quirúrgico, y garantizando beneficios para sus miles de empleados. O en menores proporciones, la de un paisano y colega suyo de nombre Arturo, de mucha solidaridad social y empresarial.

El exceso de filantropía molesta mucho a los ricos que no son filántropos, pues los pone en evidencia como tacaños, y poco solidarios. Don Esteban no piensa hacer nada parecido, y apenas con algo de preocupación por un potencial contagio del virus, no descartable a pesar de su enorme riqueza, agradece la fortuna de tener precisamente una incalculable fortuna que le evita tener que pedir dinero a sus muy amigos banqueros, con los cuales volverá nuevamente a departir cuando todo esto termine.

Mientras sirve su tercer trago, atiende su teléfono para dar su consejo sobre algunas disposiciones gubernamentales en curso, y para manifestar su inconformidad sobre la poca colaboración que viene prestando el sector financiero durante la presente crisis en el país.

Pero Don Esteban no tiene fábricas, y por ello acude a muchas empresas pequeñas que le confeccionan su ropa, bajo una modalidad que se llama maquila, expresión de origen árabe que en España se utilizaba para referirse a la cantidad de harina con la que se quedaban los molineros después de moler el trigo de los campesinos.

Augusto es uno de ellos, un maquilador, como se les conoce en Colombia, pero las máquinas de coser son suyas, y las obligaciones con las “operarias” son suyas, y los endeudamientos con los bancos son suyos, y el arrendamiento del local también tiene que asumirlo su empresa.

Su relación en el pasado con Don Esteban ha tenido altibajos, pero debe reconocerse que ha habido épocas muy buenas.

Hoy, no hay pedidos, apenas de unos tapabocas. No alcanza el dinero para pagar el arriendo, y después de muchas solicitudes y de tocar muchas puertas, solo se ha recibido una notificación de que la empresa maquiladora no es “sujeto de crédito”.

Lo peor de todo, los llamados “Call Center” son el mejor escudo para proteger a los bancos de los desesperados necesitados de créditos, pues es imposible que aquellos atiendan una llamada telefónica, tan importante hoy cuando no puede un empresario salir de casa.

Augusto no tiene un solo peso, no tiene préstamos, pero debe ser, en mi opinión, un error de “realidad virtual”, pues el presidente del país dice que todo está muy bien, y que el Estado respalda con garantías todos los créditos solicitados, y que sus aprobaciones fluyen.

Mariela es una de las operarias de la empresa de Augusto. Lleva casi dos meses sin trabajar, sin ingresos, pero conserva la esperanza de regresar a la fábrica el próximo miércoles, aunque debe acudir a un préstamo de su vecina para los pasajes.

Sus hijos no asisten a la escuela, y no tienen computador, exigido para clases virtuales, ni les sirve para ello el destartalado celular pues su plan no tiene internet.

Quizás más adelante -lo digo yo-, cuando el alcalde de Medellín convierta a la ciudad en la capital mundial del 5G, la educación a distancia para los pobres será posible.

Hace pocos días, desconsolada y muy desesperada por el hambre de sus niños, Mariela solicitó uno de esos mercados que regala el Gobierno, pero no le fue concedido por no ser negra, peluquera, lesbiana, indígena, ni líder social.

Augusto se convierte hoy en la esperanza de Mariela y de su familia, y Don Esteban es la esperanza de Augusto, aunque sus almacenes en centros comerciales no abrirán por el momento, y cuando lo hagan, quizás no haya clientes con capacidad de compra que dinamicen la producción y den luz verde al trabajo de la maquiladora de Augusto, y consecuentemente, a la tranquilidad laboral de Mariela y de las demás treinta operarias que están vinculadas con la misma empresa.

Don Esteban no se preocupa por Augusto, Don Esteban no conoce a Mariela.