4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Una ética para la supervivencia

Jose Hilario Lopez

Por José Hilario López 

Tal vez ningún pensador vivo sea tan necesario para entender el presente y afrontar con valentía y decisión el complejo futuro que nos espera, como lo es el ya centenario filósofo francés  Edgar Morin, quien lo explora desde el impulso de la resiliencia, la resistencia, la aceptación de la complejidad y la incertidumbre, todo desde una mirada esperanzadora. 

En el año de 1999, Morin publicó “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, texto que fue recibido por la comunidad académica como una luminosa auscultación del horizonte del nuevo milenio. El futuro llegó y los dilemas son aún mayores, en especial por el cambio climático, mejor llamado el Cambio Global, ahora agravado por la pandemia del coronavirus. En su edición 236 la Revista El Malpensante reprodujo un artículo del escritor mexicano Juan Vilorio donde analiza y actualiza el referido libro de Morin, bajo la perspectiva de que sólo el conocimiento y la reflexión profunda pueden mitigar los males que nos agobian. 

Morin pertenece a la estirpe de pensadores que entienden que la esperanza no es un don otorgado de manera gratuita, sino una gramática que se debe construir con rigor y conjugar con esforzada pasión. El libro de Morin que antes fue recibo como un texto de interés general, ahora lo es de primeros auxilios. A continuación, un apretado resumen de los postulados morinianos. 

1.Una educación que cure la ceguera del conocimiento 

El conocimiento conlleva el riesgo del error y de la ilusión. La educación del futuro debe contar siempre con esa posibilidad. El conocimiento humano es frágil y está expuesto a alucinaciones, a errores de percepción o de juicio, a la influencia distorsionadora de los afectos, de las creencias religiosas, políticas y morales, que condicionan nuestra manera de pensar. La abundancia de información nos está congestionando y, por otro aspecto, las redes sociales estimulan la polarización, lo que exige tamizar los datos con la razón. “Es necesario combatir tanto la ceguera (el no saber) como la desaforada ilusión (creer que se sabe con certeza)”. Hay que ser humildes ante el conocimiento, estar siempre abiertos al cambio y a la revisión crítica de nuestras ideas, ninguna teoría científica está inmunizada para siempre contra el error.    

2.Evitar la fragmentación del conocimiento 

A medida que avanza el conocimiento tiende a dispararse, nuestra tarea es restablecer las conexiones entre las distintas disciplinas e identificar lo que falta. La técnica y las ciencias aplicadas requieren la mirada humanista con el apoyo de la filosofía, para que las unifique, lo que significa una educación capaz de enfrentar la progresiva diversificación del saber. 

La primera e ineludible tarea de la educación es ayudar a construir un conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento. La búsqueda de la verdad exige reflexibilidad, crítica y corrección de errores. Además, se requiere aceptar una cierta convivencia con nuestras fantasías y mitos. El primer objetivo de la educación será dotar a los alumnos de la capacidad para detectar los errores e ilusiones del conocimiento y, al mismo tiempo, enseñarles a convivir con ellos o, si posible, a subsanarlos. 

3. Entender la condición humana  

Somos sujetos integrales que transcurren en los planos físicos y mentales. El ser humano debe ser entendido en todas sus dimensiones, la existencia física es indisoluble de su condición mental y social.  El conocimiento científico no erradica radicalmente las supersticiones. 

Debemos reconocernos en nuestra humanidad común, pero al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo lo humano. Conocer el ser humano es situarlo en el universo y, al mismo tiempo, separarlo de él. Al igual que cualquier otro conocimiento, el del ser humano también debe ser contextualizado en su complejidad y diversidad, conformada y desarrollado en tres “bucles”:  cerebro- mente- cultura, razón – afecto -impulso e individuo – sociedad -especie. 

La unidad y la diversidad son dos perspectivas inseparables fundantes de la educación. La cultura en general no existe sino a través de las culturas. La educación deberá mostrar el destino individual, social y global de todos los humanos, así como nuestro arraigamiento como ciudadanos de la Tierra. Este será el núcleo esencial formativo del futuro. 

Una aventura común ha embarcado a todos los humanos de nuestra era. Todos debemos reconocernos en nuestra humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo lo humano. Conocer el ser humano es situarlo en el universo y, al mismo tiempo, separarlo de él. Al igual que cualquier otro conocimiento, el del ser humano también debe ser contextualizado. 

Lo que somos es inseparable de dónde estamos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Lo humano es y se desarrolla en tres dimensiones: 1) cerebro- mente- cultura; 2) razón – afecto -impulso y 3) individuo – sociedad – especie. Todo propósito verdaderamente humano significa comprender al hombre como conjunto de todas sus dimensiones y a la humanidad como una y diversa. La unidad y la diversidad son dos perspectivas inseparables, fundantes de la educación. La cultura en general no existe sino a través de las culturas. La educación deberá mostrar el destino individual, social, global de todos los humanos y nuestro arraigamiento como ciudadanos de la Tierra. Este será el núcleo esencial formativo del futuro. 

4.  Enseñar la identidad terrenal 

Somos seres del terruño donde nacimos y nos criamos, pero también somos seres de la especie. 

La historia humana comenzó con la dispersión, una diáspora hacia regiones que permanecieron aisladas durante milenios, produciendo una enorme diversidad de lenguas, religiones y culturas. Ahora disponemos de instituciones y recursos que permiten volver a relacionar estas culturas, volver a unir lo disperso. Es necesario introducir en la educación una noción global más poderosa que el desarrollo económico: el desarrollo intelectual, afectivo y moral a escala planetaria. 

Las sociedades democráticas deciden su destino en elecciones, que satisfacen a los ganadores y decepcionan a los perdedores, mientras que nuestros pueblos originarios lo deciden en asambleas comunitarias: “Las votaciones dividen, el consenso une”. El cambio global y la pandemia han modificado la vida en todos los rincones del mundo, lo que exige soluciones comunitarias en que la salvación de uno depende de todos, la unión en la diversidad. Los rígidos y desiguales estados-nación serán sustituidos por sistemas sin jerarquías ni centros de poder, donde la democracia representativa se transforme en democracia directa, la política se ciudadanice para ser competencia de todos. 

5. Enseñar la incertidumbre 

Los acontecimientos en su mayoría son impredecibles. El siglo XX derruyó totalmente la predictividad del futuro como extrapolación del presente y ha introducido vitalmente la incertidumbre sobre nuestro futuro. No existen hechos, o verdades previsibles, existen acontecimientos. “Lo único que sabemos del futuro es que será diferente del presente” (Borges) 

La educación debe hacer suyo el principio de incertidumbre, pero no sólo sobre el futuro. Existe también la incertidumbre sobre la validez del conocimiento. Y existe, sobre todo, la incertidumbre derivada de nuestras propias decisiones. Nos hemos educado en un sistema de certezas, pero nuestra educación para la incertidumbre es deficiente. “Navegamos en un océano de incertidumbres en el que hay algunos archipiélagos de certezas, no viceversa». 

6. Enseñar la comprensión, entender la incomprensión 

Creer tener la razón no basta. Una tarea fundamental de las políticas públicas debe ser la de educar, no sólo para transmitir conocimientos positivos, sino para entender al otro, que muchas veces escucha con recelo lo que a nosotros nos parece evidente. La comunicación no necesariamente conlleva comprensión. “La buena nueva” siempre es incómoda. El otro también puede tener la razón. 

El genuino entendimiento permite cambiar de opinión de manera razonada y comprender a quien es incapaz de entender. Por desgracia, estos principios no se enseñan en las escuelas. Morin ve posibilidades de mejorar la comprensión mediante: 1) La apertura empática hacia los demás y 2) la tolerancia hacia las ideas y formas diferentes, mientras éstas no atenten contra la dignidad humana. 

7. La ética del género humano (antropoética) 

Los quebrantos del planeta exigen respuestas globales, algo que se hizo evidente con el coronavirus, que logró unificar el espanto. La respuesta certera consiste en unificar las soluciones 

La ciudadanía planetaria propuesta por Morin sólo es posible si las más diversas poblaciones se integran en condiciones de igualdad, algo difícil de imaginar en el modelo neoliberal. La integración planetaria no puede ocurrir en la inequidad. El camino que va de la producción al consumo debe fundarse en algo más que el “comercio justo”: la identidad compartida, o lo que la escuela de negocios de Harvard enseña a los empresarios: La creación de valor compartido con las comunidades.  

La mejor manera de leer “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” consiste en apagar los dispositivos electrónicos para pensar por cuenta de nosotros mismos, mientras dialogamos con Morin. Concluida la lectura nos aguarda una tarea que podría parecer desproporcionada, pero que el incierto destino ha vuelto urgente: cambiar el mundo, cambiandonos primero nosotros mismos. 

Feliz Navidad y un mejor futuro para mis lectores y amigos.