20 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Un Yo contra otro Yo 

Por Carlos Gustavo Álvarez (foto)

Las coincidencias o sincronías, decantadas a su vez en el Sincrodestino, como Deepak Chopra denomina el potencial milagroso de cada instante, o la Sincronicidad de Carl Gustav Jung, suelen sorprendernos como una buena noticia. Así ocurrió hace pocos días, cuando leía con interés meramente informativo sobre Neuralink, la empresa especializada en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora, implantables, también conocidas como Brain – Computer Interfaces o tecnología BCI, fundada por Elon Musk, Wikipedia. 

Entonces mi celular comenzó a latir pantallazos que identificaban una imagen, un número y un nombre conocidos para mí y significativos para mi afecto: el profesor y científico Sofonías Sven Tutasson (para quienes deseen conocer algo más de este notable personaje –cuyo vuelo intelectual lo remite a la altura de colombianos egregios–, pueden leer mis notas “El principio de Sven”, “La pirámide Colombia” y “¡Oh, gloria inmarcesible!”, que escribí para Portafolio y se encuentran en el volumen “Tome pa’ que lleve el libro”, de este autor, es decir yo, ver “Librerías”). 

Y fue precisamente hacia el “Yo” que me condujo el profesor Sven. Estaba aposentado en un campamento científico de la lejana Antártida, comprometido en una críptica investigación, de la que ya me enteraría, me dijo, una vez obtuviera el Premio Nobel, que estaba tramitando con un diputado del parlamento noruego. 

Entonces vino la revelación, emitida en un tono casi silente y cuyas vibraciones llegaban mermadas a los tres huesecillos de mi oído medio. Creí entender que me dijo que había sido elegido para el ensayo clínico de un revolucionario implante en el cerebro. 

–¡Sincrodestino! –le dije, explayándome en mis nociones sobre Neuralink, la interfaz cerebro -computadora, su anunciado beneficio médico, el implante N1 herméticamente sellado en un recinto biocompatible, su registro de la actividad neuronal a través de 1024 electrodos distribuidos en 64 hilos y… 

Y entonces fue cuando el profesor Sven me interrumpió. 

Era otra empresa (no podía mencionarla, pues estaban tramitando con cierto diputado algo relacionado con un premio), ya tenía el implante en su cerebro (era un prodigio dermatológico, pues no se le veía, incluso con la profusa oposición de su alopecia), tenía más electrodos e hilos que el mencionado y su objetivo era explorar otros niveles del Yo. 

–¿Y cómo se siente profesor? –fue lo único que me atreví a preguntarle ante semejante confesión futurista. 

–Pues muy bien –dijo Sven–. Aunque tal vez no… 

Conocedor de la mentalidad cartesiana de mi interlocutor, le pedí que, por favor, se definiera, pues su respuesta representaba lo que en la lógica se conoce como una incompatibilidad entre dos proposiciones. 

–Es lo que aquí en Colombia, querido profesor –agregué-, se resume en una pregunta metódica, a la vez una conclusión sistémica con visos holísticos: ¿Sí o No? 

Su silencio impelió en mí la necesidad de ayudar a mi amigo (honor que me hacía) a precisar su respuesta. 

–Mire, profesor –le dije–. Es como lo que me pasa con Gustavo Álvarez Gardeazábal. 

–No, hombre, ¡cómo se le ocurre! –dijo el profesor Sven–. ¿Y qué le pasa con el Maestro? 

–Que a mí me felicitan desde hace varios años por ser el escritor tulueño de “Cóndores no entierran todos los días” y a Gardeazábal, en cambio, nadie, nunca, le celebra un libro mío. ¿Me entiende? 

El profesor fue muy claro en su respuesta: creía que sí, pero le parecía que no. 

Entonces me reveló, en un tono que percibí de puro milagro, que estaba preocupado por el implante y lo que advertía como una especie de funcionamiento autónomo y discordante en su cerebro (algo así como una toma oficial tipo “Guardia indígena” o “Primera Línea Bolívar”), pero que no podía abstraerse del experimento, de su contribución al ámbito científico y del premio aquél, porque no podía perder esa platica. 

Yo interpreté su aseveración de tres formas racionales: psicológica (un Yo contra otro Yo), Literaria (Dr. Jekyll y Mr. Hyde) y colombiana: “¡sáquese esa vaina de la cabeza!”. Pero para no alarmar a mi amigo, que ya tenía suficiente con ese desdoblamiento, derivé hacia las ramas de otros temas genéricos y de poca controversia. Amables. Colombia, por ejemplo. 

–Yo voté por Petro… –me dijo–. Pero estoy arrepentido… 

–Qué vaina, profesor –dije y para aliviarlo, concluí–: Pero eso sí no es culpa del implante. 

–Ya no es el gobierno del cambio… –dijo con una voz tan débil que lindaba con el ánimo de varios millones de desilusiones. 

–No, profesor –dije para que no sucumbiera en la pesadumbre–, sigue siendo el gobierno del cambio. Cambia la realidad y la cuenta a su acomodo. 

La comunicación comenzó a perderse. Como estropeada por un viento catabático. ¿Lo habría silenciado el implante? ¿Podría convertirse en un tirano?