30 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Tono continuo: La economía del bien común en tiempos de pandemias

Por Carlos Mauricio Jaramillo Galvis

Durante los albores de la primera década del siglo XXI el mundo fue testigo de una profunda crisis económica.  Y fue el año 2008 donde se reflejó con mayor impacto la crisis, pues esta fue provocada por el colapso de la burbuja inmobiliaria en los EE.UU en el año 2006 y que luego desembocó en la llamada crisis de las hipotecas subprimeen el año 2007 que contagió el sistema financiero norteamericano y luego el internacional,  y cuyas consecuencias derivaron en una profunda crisis de iliquidez, una crisis alimentaria en todo el planeta, los derrumbes bursátiles, el incontrolable incremento del petróleo y los alimentos básicos y de muchas materias primas que alcanzaron alzas hasta del 600%.

Hoy, en tiempos de pandemias, acuartelamientos de primer grado, pérdidas de vidas humanas, cesación de empleos, destrucción de la economía mundial entre otros virulentos males, queda en evidencia que el sistema capitalista actual no está funcionando correctamente y que la brecha entre los más pudientes y los  de a pie, es cada vez más amplia y azarosa.

Sin duda alguna, la inmensa mayoría de los mortales de este planeta anhelan un modelo económico alternativo al sistema que nos atañe (y así lo señalan encuestas  que fueron realizadas en varios países europeos), un modelo económico donde imperen nuevos valores que permitan generar más confianza,  cooperación, aprecio y solidaridad; que sea    más social, más democrático, más amigable con el medioambiente y con distribución más equitativa.  En otras palabras, que este modelo económico ponga en el centro al ser humano y su dignidad, adaptado a una economía más real a las metas y los valores de las constituciones de cada país.

Christian Felber, profesor de economía de la Universidad de Viena, periodista independiente y escritor, se ha ideado la “Economía del bien común” como un sistema de cooperación y creación de valor compartido, o sea, que se cree valor para la sociedad a través de las empresas y que estas entiendan que los problemas sociales deberán ser el principal objetivo a resolver a través de un mayor cuidado del medioambiente, de inversión de más recursos entre sus proveedores y productores para crear productos finales de alto valor, de mejores y más dignos salarios y, por lo tanto, mayor poder de adquisición.  En contraposición a lo anterior, la sociedad podría recompensar a dichas empresas a través de sus ciudadanos adquiriendo los bienes generados en ellas y difundiendo sus marcas, pregonando sus productos.

La idea de la economía del bien común busca transformar todos los principios y valores de la economía redefiniendo el concepto de “éxito económico” que se mide en el mundo a través de los indicadores monetarios (Producto Interno Bruto y beneficios financieros), pero que realmente no miden nada de lo que debería ser verdaderamente valioso para las personas: su entorno, su medioambiente, sus necesidades educativas, etc.

¿Qué le puede decir a un ciudadano del común un PIB? ¿De qué le sirve a la comunidad en general las ganancias anuales de los grandes empresarios?  El PIB no evidencia si un país está en guerra o en paz, si se vive en una democracia o en una dictadura, si se respeta el medioambiente o se le destruye, si el reparto de la renta es justa o injusta, si hay hambre o se duerme con el estómago lleno, si la sociedad tiene confianza en sus dirigentes y legisladores o tiene miedo.  Mejor dicho, un PIB en crecimiento no debe ser confundido con el bienestar de la sociedad y, microeconómicamente un beneficio financiero alto, no dice nada de las empresas en materia de generación de empleo o si lo destruye, si la calidad de los empleos aumenta o baja, si los hombres y las mujeres de esas empresas se respetan mutuamente, si las empresas respetan el entorno o lo contaminan. En conclusión, el beneficio financiero no sirve para medir el éxito y la contribución de una empresa a la sociedad y al bien común.

Entonces ¿cómo pueden contribuir las empresas a la economía del bien común?  Midiendo cómo va la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad ambiental y la democracia con todos sus grupos de contacto (proveedores, clientes, empleados), el entorno social y ambiental hasta las generaciones futuras.  Los resultados de la medición  no se basan  en unidades de dinero sino puntos del bien común (entre 0 y 1.000) y de  esa forma, los consumidores tienen  una información muy clara antes de decidir sobre sus compras y las empresas que ofrezcan los mejores resultados del balance del bien común,  obtendrían ventajas legales frente a aquellas empresas que no hacen ningún esfuerzo por el bien común: pagarían menos impuestos, menores tarifas aduaneras, créditos más baratos, prioridad en las compras y licitaciones públicas entre otras gabelas. El efecto inmediato sería que los productos éticos y justos serían más baratos en el mercado que aquellos que no son justos, éticos y ecológicos.

CODA:   Interesante poder comprobar este tiempo de pandemias, el valor que tienen los agricultores, los ganaderos, los escobitas, los recolectores de basuras, los médicos, los enfermeros, los  mensajeros, los farmaceutas, los científicos…