
Por Claudia Posada
Nos acostumbrarnos, hasta aceptarlo, como parte de la rutina en la cotidianidad de apariencia noticiosa: Narrativas cargadas de mentiras, supuestos, tergiversaciones; figuraciones desprevenidas algunas, otras muy cercanas a falsedades con toda la mala intención. Así es el día a día que satura a las audiencias a través de canales de toda naturaleza; desde los tradicionales, o mejor, “antiguos” (como el voz a voz) hasta los más nuevos; éstos, con mucha acogida y credibilidad, generalmente repletos de falsedades. Mensajes apócrifos de fuentes reconocidas o no, se revisten de “sinceridad” para aparecer en las redes sociales cual salvadores del siglo XXI.
Especialmente con sus escritos engañosos, fingiendo posturas o criterios auténticos, inician “Hilos” en los que cada puntada enmaraña para confundir al desatar la polémica que se buscaba; luego, al armar el ovillo de sus intereses, confeccionan el traje de brillos que les haga parecer “Yo soy la salvación de Colombia”. Pero si les arrebatan ese deseo, pueden ponerles la “tarea fácil” de regir los destinos de Antioquia que también les sirve. Y ni qué decir de tantos a los que “Les falta mucho pelo pa’la moña”, sus altas aspiraciones son toques de campana para llamar la atención en el ruido del recreo pre-campaña en donde tanto iluso juega como postulante.
Si en las últimas campañas políticas se dijo que las tácticas propagandísticas, en razón de lo difícil que es enfrentarse eficazmente a los contrincantes a punta de redes sociales, ahora habrá que sumarle a tal complejidad, las consecuencias del estallido social en cuanto a las distintas interpretaciones del mismo. Los crímenes horrendos “que serán esclarecidos”; las intervenciones de fuerzas del orden que no son vistas como lo son para defensores de derechos de la misma manera que por los organismos gubernamentales y otros sectores estatales; las distintas expresiones, en el marco de las marchas, de muchos jóvenes que antes parecían lejanos a las dinámicas políticas, ahora tomando partido pondrán a pensar a los electores entre opciones finalmente decantadas; serán pocas, y, ojala así sea, depuradas con juicio responsable. Los colombianos no queremos otra improvisación para satisfaga egos.
Pongámosles el ojo a las campañas, no perdamos de vista el proceso que debemos analizar como insumo para soñar el nuevo país; sueño que no puede alimentarse con ilusiones sin piso, o con argumentos ajenos que entrañan intereses particulares bien disimulados; dejémonos guiar por sentimientos propios. Ver, oír, agudizar los sentidos, confrontar e indagar nos aleja de futuros remordimientos. Colombia no puede darse el lujo de montar a un gobernante como el escogido entre gente bien simplemente, ello no es suficiente aunque sea, sin discusión alguna, buena persona y con las mejores intenciones -frustradas por lo demás- e inexperta; es decir, sin la principal característica para gobernar un país: Trayectoria de Estadista. Por parte de lo que toca a los privilegios que se dan en las esferas de poder y decisión, ya salieron los abanicos de pre-candidatos a la Presidencia de Colombia, aunque también unos pocos por iniciativa propia.
De parte nuestra, como colombianos del común cuyo deber es asumir de una vez por todas los mecanismos ciudadanos que tenemos en la Constitución y la Ley, nos corresponde ir a las urnas a dar el voto sensato que nos empiece a liberar de ataduras absurdas. Y entre tanto, pensemos que en nombre de tantos sacrificados, y haciendo justicia por todos los que han perdido la vida en manos de irracionales, podemos aportarle mucho de paz al país, hacerlo se verá reflejado en un conteo de votos que podría convertir a Colombia en nueva realidad.
No temamos volver a equivocarnos, “perder es ganar un poco” aplica mejor en política que en fútbol. Cuando nuestro candidato pierde unas elecciones, ganamos en formación política y crece nuestro criterio elector.
Así entonces, votemos según nuestro leal saber y entender. No será la misma satisfacción si nos dejamos comprar, o permitimos que nos manipulen. Por lo demás, se dice que “Al perro no lo capan dos veces”.
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