4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Roca: un poeta todoterreno

Juan Manuel Roca

Por Oscar Domínguez  

Los hay que aseguran que Juan Manuel Roca Vidales, hijo de Rubayata y doña Clarita, nació un 28 de diciembre. Falso. Para no hacer pasar por inocente a la poesía dejó su nacimiento para el día siguiente, el 29. 

Así los astros no lo descifren bien, Roca, el de la eterna bufanda al cuello y de remoto parecido a Rembrandt, nació capricornio, como Henry Miller, y como el Niño Dios, quien pocón de poesía. Todo se le fue en religión. Roca pocón de religión. Se le fue la mano en poesía. Las autoridades culturales bogotanas lo premiaron hace poco por su vida, obra y milagros.

Finalista en un premio “Rómulo Gallegos” de literatura, es uno de los bardos de la parroquia más laureados, más publicados, más citados, más invitados, más traducidos (inglés, francés, alemán, griego, ruso, japonés, rumano, portugués,  sueco), más envidiados, más reeditados, más criticados,  más taquilleros  y un largo etcétera. Los premios no duermen tranquilos hasta que Roca se los gana.

Por espacio de diez años fue coordinador y luego director del Magazín Dominical de El Espectador, doctor Honoris Causa en Literatura de la Universidad del Valle. En mejores días se desempeñó como tallerista de la Casa de Poesía Silva (propone que se les diga “tallerines por tener un sentido casi gastronómico, de retroalimentación”).

Vive más en Casa de citas, un lugar corruptor de mayores, como diría el octogenario César Pagan, que en su propia casa.

El explosivo escritor es modelo 46 como esos carros de latas eternas como una roca, voz homófana de su apellido que vino a lomo de carabela desde “chapetonlandia” (España).

A varios nos sucede que leemos sus poemas, cuentos, crónicas, reseñas, columnas, ensayos, entrevistas, novelas, lo que sea, y se nos alegra el semestre.

Habla de “la vida, esa feliz bancarrota”.  Es el único que escribe “la palabra eternidad y una rosa se marchita”. En el reloj de pared de Roca, “el tiempo pasa de puntillas como un sueño”. Según su “jurisprudencia” poética “… la música es la luz de los ciegos”, de los que dice también que algunos “recorren como a un piano los libros”.

En el extenso reportaje que le hizo su paisana y colega en las musas, Piedad Bonnett, y en otras charlas, el de la poesía “on the rocks” afirma que “dedicarse a la poesía es como dedicarse a hacer agujeros en el agua”.

A la hora de las confesiones revela también que “escribir poesía es como ser pastor de abismos”. Otras reflexiones “róquicas” sobre su oficio de fabulista: la poesía es “una especie de luz en la nocturnidad”, un “entrecomillado de la realidad”.

No en vano el fallecido chileno Gonzalo Rojas, premio Cervantes de literatura, cuando hablaba de este poeta “pura sangre” nacido en el Pabellón de Pensionados del Hospital San Vicente de Paúl, en Medellín, dice que leer a Roca “será siempre un placer, un frescor, una cruza casi animal de imaginación y de coraje”. Y en el prólogo de “Cantar de lejanía”, una de sus antologías personales, editada por el Fondo de Cultura Económica, le ordena: “…, escribe, hombre, escribe: No pares de escribir”. No termina ahí: “Me habría gustado escribir muchos de sus textos”, agrega Rojas.

Y como entre algunos escritores no se pisan las metáforas, el laureado y fallecido  Germán Espinosa, decía que Juan Manuel “posee la primavera perpetua de todo creador; es –entre nuestros poetas actuales- el Poeta”.

EL MUNDO, POR HÁBITAT

Al año y medio de vida gateaba en Porte Etienne, África Occidental francesa, construyendo castillos de arena en la arena del Sahara.

O sea, que, en vez de caballitos de madera hechizos, jugó con camellos “de elásticas cervices” y con dromedarios de carne y desierto. Allí se tuteó con beduinos en cuyos ojos veía retratados espejismos en el sitio donde suelen habitar las pupilas. A esos espejismos les arrancaba poemas.

Su asombro más remoto es haber trepado de niño a las pirámides de Teotihuacán, en México. Jugaba a las escondidas en el patio del Palacio de Quetzalpapaloti y se alimentaba de atardeceres desde la Pirámide del Sol, en México. Así “es fácil ser poeta”, diría su colega Jaime Jaramillo Escobar, X-504.

En París inició un doctorado -que no termina- como “enfant terrible”, gracias a la profesión de vagabundo ilustrado de su padre diplomático, godo librepensador (pa’ godos, los liberales de Ocaña, Norte de Santander, de donde era oriundo Rubayata). De la mano de Fabio, su hermano mayor, de exóticas inclinaciones políticas, el “loco bajito”  de rizos dorados (foto)  jugaba con pequeños veleros en los estanques del Parque de las Tullerías y les hacía competencia a los muñecos del itinerante teatro de guiñol. A su hermana Bolivia, compañera también de su viaje, en el que se ha formado más que en las aulas, Juan Manuel suele regalarle boleros de los que canta el chocoano Arista, también convertido en carne de eternidad. En el parche de Arista, en la bogotanísima Avenida 19, de pronto me lo encontraba escuchando música cubana.

En ese mismo París descubrió la risa – cédula de ciudadanía del humor- viendo sudar plusvalía a saltimbanquis y payasos. En el zoológico de la gala capital se hizo amigo personal de los “papagayos amazonensis” traficados desde las selvas del Putumayo.

A los cinco años, de paso diplomático por Madrid su padre, fue graduado poeta anticipadamente por Aurelio Martínez Mutis, autor de “La epopeya del cóndor”. Le extendió certificado de poeta cuando leyó este verso del chaval, joder: “La unión de los niños por la paz, contra la guerra de los grandes protegerá la tierra, cielo y mar de nuestra patria de los Andes”. Conclusión de Martínez Mutis: “El chaval tiene madera de poeta y de patriota”.

Pero como nadie es perfecto, ni siquiera los versificadores, a los seis años era mascota del Independiente de Medellín. Fue su incapacidad para ser interior derecho del Poderoso DIM lo que lo obligó a volverse versotraficante. Lo mismo le pasó a su colega Darío Jaramillo Agudelo. También ama los trenes y los pomares de Medellín y venera a Vallejo, “con o sin aguacero”, Huidobro, Lezama, Rulfo.

En música está casado en primeras y definitivas nupcias con el son cubano y el porro colombiano. Para equilibrarse, detesta los perros, el pragmatismo de los políticos, el maracuyá, la patria de Whitman, el militarismo, el merengue, la nueva trova cubana, De Greiff, Benedetti, Dalí… (Y no le mencionen al poeta Harold Alvarado Tenorio porque se le dañan todos los semestres…).

La voz canta-autor le suena a aparta-hotel.

POESIA POR COOPTACIÓN

Disfruta de la frustración de no haber sido pintor. Entonces convirtió el abecedario en su paleta de colores para construir toda suerte de inagotables metáforas. Decidido a ser pintor con palabras, se deja influenciar por Chagall, Morandi, Hopper, Ernst, Velásquez, Picasso, Van Gogh, y paremos el carro ahí.

Es poeta por cooptación, a dedo: su padre, el mentado Rubayata, Juan Roca Lemus, inundó su niñez de ese esperanto de la imaginación llamado ajedrez, y tapizó su cuarto de ficciones convertidas en libros. Que no falten “Las mil y una noches” para sus mil y dos insomnios de lector voraz. Con su madre que le sugirió no leer por obligación,  se llenaba de imágenes para sus poemas posteriores: “Mi madre y yo en la terraza. Y abajo, ángeles de la sombra (los niños ciegos) corrían como locos tras el ruido”. 

Su coronel Aureliano Buendía fue su tío el poeta calarqueño Luis Vidales quien le inoculó la inspiración. Al lado de la dosis personal de textos escolares, el burócrata (mejor, estadístico) de “Suenan timbres” le infiltraba obras de griegos y romanos. Que no falten Rimbaud, Verlaine, Poincaré, Baudelaire, García Lorca, Machado, Quevedo y Villegas, Góngora, Cervantes y Espronceda. Quiso ser César Vallejo y fracasó en el intento. Se dedicó a ser Roca y le sonó la flauta.

El tío Luis le inoculó su activismo político que en alguna elección lo llevó a convertirse en guardaespaldas poético del candidato del Polo, Carlos Gaviria, “Papá Noel”.

En una especie de manifiesto de adhesión, el antiuribista Roca notificó “Uribe et orbi”: “No es exagerado afirmar que estamos en una encrucijada histórica en la que habrá de definirse la suerte o la desgracia nacional. Tal vez por esos motivos, y sabiendo que Carlos Gaviria es alguien proveniente de la Academia y la Cultura, cerca de 900 artistas e intelectuales firmamos una carta de apoyo a su candidatura, algo sin precedentes en la historia de las candidaturas presidenciales en Colombia”.

Foto: Juan Manuel Roca Vidales