4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

«Quién es más culpable el que peca por la paga, o el que paga por pecar» 

Carlos Mario Restrepo

Por Carlos Mario Restrepo Tamayo

Esta histórica frase de Sor Juana Inés de la Cruz, escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII, nos cae como anillo al dedo para hablar del peor cáncer que está acabando con Colombia: la corrupción. 

El código penal colombiano establece que se puede ser responsable en la comisión de un delito tanto por acción como por omisión. 

En el país, lo hemos vivido a lo largo de la historia. Hemos llegado a escandalosos niveles de corrupción a nivel nacional y regional. El último, la empresa criminal que dirigía un senador liberal de Caldas, Mario Castaño, cuyas conexiones, según la Fiscalía General y la Corte Suprema de Justicia, llegaban a varios departamentos y alcaldías. 

Pero lo más lamentable, es que en la misma proporción en que crece la corrupción, las mal llamadas “investigaciones exhaustivas hasta las últimas consecuencias”, siempre terminan en lo mismo: preclusión por vencimiento de términos. Una vergüenza para la justicia nuestra, porque generalmente se evidencia una innegable complicidad entre los órganos investigativos y esas estructuras criminales, en las cuales todos comen. 

La justicia en Colombia se corrompió. Está infiltrada por grupos criminales y por los políticos, algunos de ellos, de la peor calaña, a quienes se les llama “honorables padres de la patria”. Han enriquecido sus cuentas bancarias y su patrimonio en forma exagerada, pese a que sus ingresos solo provienen de su salario en el Congreso, Asambleas o Concejos. 

Esta clase política se ha convertido en el verdadero enemigo de los colombianos y en este momento, estos congresistas forman parte de la coalición de Gobierno de Petro, atragantados de la mermelada que reparte el presidente de la corporación Roy Barreras, para aprobarle todo a esta administración, sin duda la más nefasta y peligrosa que ha llegado a dirigir los destinos del país. 

Los colombianos tenemos que señalarlos, empezando por sus jefes, como cómplices del desastre que se nos avecina.  

Los expresidentes César Gaviria y Juan Manuel Santos, el excandidato Rodolfo Hernández, la familia Char, la exgobernadora del Valle Dilian Francisca Toro, y el mismo ministro de Educación Alejandro Gaviria, exrector de la universidad de los Andes, una vergüenza para esa institución. 

Y ni qué decir del matemático, exgobernador y exalcalde, gaseoso e indefinible Sergio Fajardo. Siempre acomodado. 

Hay que decirlo con franqueza. Todos estos personajes o están comiendo en el mismo plato de este nefasto gobierno o simplemente en estado de confort, viendo pasar el cadáver de Colombia por el frente de su casa.   

Pero lo más triste es que este escenario se trasladó a Medellín. Con excepción de la bancada del Centro Democrático, hay un concubinato entre un sector del arrodillado Partido Conservador que orienta el senador Carlos Andrés Trujillo, y los liberales en cabeza de los exsenadores Julián Bedoya e Iván Agudelo, quienes comparten intereses con el peor alcalde que ha tenido Medellín en toda su historia, Daniel Quintero, a quien parece que los organismos de control la Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría les da miedo tocar. 

Hay un silencio cómplice que raya con la sinvergüenzada, que se extiende a un sector del Concejo de la ciudad, cuyo presidente, Lucas Cañas, también come alpiste en la mano del alcalde. ¡Qué pena de concejal! 

Ese concubinato, evidente en todos los niveles en Medellín, pagado con burocracia y otras mermeladas, está llevando a la ciudad a un desastre: abandono total, basuras, escombros, rastrojos, la malla vial acabada y una sospechosa contratación directa. Y todos estos políticos como si no quisieran a Medellín. 

Tenemos que reaccionar para salvar a Colombia y a Medellín, o tendremos que sufrir aquel poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984): 

«Primero vinieron por los socialistas,
y yo no dije nada, porque yo no era socialista.

Luego vinieron por los sindicalistas,
y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los judíos,
y yo no dije nada, porque yo no era judío.

Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí».