Escribir sobre una gloria nacional que ya no lo es sino para un conglomerado cada vez más pequeño de colombianos que sobrevivimos es una labor tenaz.
El cronista cartagenero, Gustavo Tatis Guerra, discÃpulo aventajado del GarcÃa Márquez cronista y del Juan GossaÃn erudito, lo intenta y lo consigue con bemoles al hacer la biografÃa de Lucho Bermúdez, el músico de Carmen de BolÃvar que nos inundó de gozo y ritmo a más de una generación.
Usando un estilo entre poético y reconstruido, Tatis Guerra consigue elaborar al lector una visión de aquél músico singular que bailamos generaciones enteras de colombianos permitiéndonos conocer episodios y circunstancias que nunca jamás supimos ni nos explicaron cuando los porros y la flauta de Lucho Bermúdez nos hacÃa trepidar.
El poder hacer coincidir documento en mano, al músico precoz de las calles pobrÃsimas de Carmen de BolÃvar con el adolescente que llega a Aracataca cuando GarcÃa Márquez hacÃa su aparición real en el mundo macondiano, que es la población de la zona bananera, generarÃa una sorpresa histórica. Y, después, hacerlo coincidir con momentos frenéticos del paÃs como el tener entre sus oyentes favoritos en la frÃa Bogotá a Jorge Eliécer Gaitán o a Rojas Pinilla o a todo el mundo polÃtico e intelectual que pasaba por el Hotel Tequendama, donde se volvió famoso parrandear con la música de Lucho Bermúdez, termina siendo más que una hazaña.
Y cuando narra los intrÃngulis entre sus muchas mujeres y se detiene para observar que el hijo del expresidente Alberto Lleras Camargo le arrebata a su mujer adoración, como lo fue la cantante Matilde DÃaz y le ocasiona el verdadero colapso en su ánimo, todo y mucho más, que se narra de pronto con demasiado y atosigante descriptivismo poético de la sabana bolivarense, hacen de este libro una encomienda histórica y un repaso para unos pocos colombianos que todavÃa nos movemos con los eternos porros bailables de Lucho Bermúdez.
Hay acopio de datos y de situaciones, pero no hay el recuerdo que a mà me traen las visitas de Bermúdez y su orquesta a Tuluá. TraÃdo por la mitológica Nina MartÃnez y sus hijos resultaba siendo, como en muchos pueblos de la Colombia de entonces, un motivo de orgullo y alegrÃa.

Hoy las generaciones del dedo pulgar en el celular ni les toca ni les conmueve esa música. Por supuesto, les interesará menos esta biografÃa, lograda por encima de los travesaños poéticos sabaneros que la atosigan.Â
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