18 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Que el mes de la alegría no se convierta en el mes del horror

Juan David Palacio

@Areametropol @jdpalacioc 

Por Juan David Palacio Cardona 

Director del Area Metropolitana del Valle de Aburrá. 

Los estallidos de la pólvora desorientan y estresan a los animales al punto de generarles un infarto. La nefasta acción humana de quemar vidas debe terminar. 

Se acerca diciembre, uno de los meses más alegres para las personas. Dependiendo del lugar del mundo donde se encuentren esta época es sinónimo de frío acompañado de nieve o un espacio religioso en el que se celebra el nacimiento del Niño Dios. Para el comercio, por su parte, es época de abundancia y, para los más jóvenes, el inicio de las vacaciones. 

En cualquiera de esos casos, este tiempo se caracteriza por las luces que embellecen las calles y casas, la música decembrina y los villancicos. Pero también por una práctica nefasta: la quema de pólvora. 

Voladores, papeletas, totes y cebollitas causan más que un estallido: ponen en riesgo la salud y vida de las personas, también de la fauna y el medioambiente. ¡Quién creyera que una costumbre como esa tiene consecuencias tan adversas! 

Año tras año vemos las invitaciones para generar conciencia ambiental y evitar que diciembre nos enlute por la quema de pólvora.  En el 2020, 538 personas resultaron lesionadas en Colombia por esta actividad: 92 por ciento sufrieron quemaduras, 69 por ciento laceraciones, 30 por ciento contusiones, 13 por ciento tuvieron que ser amputadas, 6 por ciento sufrieron daño ocular y 2 por ciento daño auditivo. 

Estos hábitos incrementan las concentraciones del PM2.5 –material particulado menor a 2.5 micras en el aire- que al respirarlo tiene efectos nocivos para la salud, porque puede provocar problemas respiratorios y cardiovasculares. Aún queda por investigarse si también inciden de igual o peor manera en la fauna. 

El ruido es un contaminante con peores consecuencias para los animales. Muchas son las historias de personas que han perdido a miembros de su familia –como perros y gatos- por la pólvora. Esta actividad puede aumentar su ritmo cardiaco y frecuencia respiratoria, causándoles enfermedades nerviosas o la muerte por infarto. Incluso, pueden salir corriendo por el susto que les causa el estallido y ser atropellados o terminar perdidos y lejos de sus hogares. 

La nefasta acción humana de quemar una o muchas vidas, que además estimula un tipo de comercio ilegal –la venta de explosivos- es más común de lo que creemos. 

Para el caso de la fauna silvestre las historias son lamentables: la confusión que generan las explosiones hace que las aves y murciélagos pierdan la capacidad de esquivar obstáculos, con lo que chocan contra las estructuras y caen. Se lesionan las alas, patas y picos. Algunos son atropellados y otros, como resultado de una acción involuntaria que genera el ruido, tumban los huevos de los nidos o los abandonan, dejando a sus polluelos huérfanos. Termina por disminuir el número de pájaros y se altera la sostenibilidad de los territorios. 

¡Paremos ya la quema de pólvora! Hagamos que diciembre sea solo para celebrar la unión y la vida en todas sus formas y expresiones, donde no tengamos historias trágicas como las habituales. Sabemos que en algunos casos se utiliza la pirotecnia para eventos muy especiales –como las fiestas nacionales- sin embargo, mientras le damos tiempo al cambio cultural, su venta y comercialización debe ser regulada y, las detonaciones, tener un mínimo de decibeles para que no alteren el comportamiento de nadie. 

Los animales son seres nobles que sienten. Por tanto, merecen que los humanos seamos su voz. Nuestras acciones muchas veces son torpes y ponen en entredicho nuestra capacidad de discernimiento. Es momento de reflexionar y también la oportunidad de no volver este mes el terror de la fauna.