A un alcalde de un municipio lejano le llegó un telegrama, en esa época, del Ministerio de Gobierno que decía: terrible movimiento telúrico amenaza esa localidad, fauna, flora y población en peligro. Tomar medidas.
Pasaron los días, pasó un mes y el alcalde no contestaba. A los dos meses llegó al Ministerio de Gobierno una respuesta del burgomaestre que decía: con respecto al telegrama enviado, le manifiesto que terrible fue dado de baja en la vereda Morrocuco, telúrico capturado con todos los cómplices, a las viejas fauna y flora las echaron del pueblo por putas y ya le tomamos medidas a la población. Unos miden 1.70 y otros 1.80, no escribí antes porque hubo un terremoto el Hijueputa y acabo con todo.
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Cuando fui designado alcalde encargado de la ciudad de Medellín, la familia Duque, la familia Correa, la Familia Posada Correa y los miembros del gabinete municipal celebramos con un sancocho de bagre en el salón de juntas de la alcaldía.
En el almuerzo mi hijo Juan Sebastián, a quien le decíamos toallita porque secaba hasta al putas, empezó a joder, pataliar y molestar en pleno almuerzo.
La mamá Margarita lo cogió del brazo suavecito, le puso el freno de uña y lo levantó para llevárselo al despacho de la alcaldía a recriminarlo por su comportamiento.
Sebastián se paró se dirigió a todos los presentes y les dijo: ya vengo señores que me van a pelar.
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Salimos en el helicóptero de la Gobernación del municipio de Argelia, Antioquia, un grupo de trovadores de un evento de la secretaría de Agricultura que yo presidía.
Una vez despegamos hacia Medellín, empieza un traqueteo como si estuvieran dando bala al helicóptero y los tiros pegaban contra el aparato.
Un tas tas tas tas ventiao e incesante. Todos los trovadores rezando e implorando plegarias que yo no conocía. En medio de la zozobra le dije a chispas un trovador: vos rezando… ¿No sos ateo pues? Y me contestó: sí, pero ateo de tierra. Entonces le dije: tranquilo que todos tenemos el día de morir. Y respondió: por qué me tengo que morir el día tuyo y el del piloto.
Cuando llegamos a Medellín, nos dimos cuenta que se había quedado la punta de una correa por fuera y eso era lo que producía el tas tas tas que casi nos mata del susto.
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Lucrecia Gaviria la famosa “bruja”, amable y relacionista eficiente, buena amiga, era mi alumna en la cátedra de Derecho Penal Especial en la Universidad de Medellín.
En una oportunidad hablando de los delitos contra el honor y pudor sexual les explicaba yo a los alumnos que este tipo de delitos eran de carácter oficioso. Esto es que no había necesidad de denunciar el hecho como requisito exigible por parte de la víctima para la investigación respectiva, que cualquier otra persona podía denunciar.
Lucrecia que se encontraba al final del salón levantó la mano y dijo: doctor Duque, doctor Duque, si a mí me violan yo no denuncio.
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Cierto día el doctor Cusi Arana, profesor de derecho civil, me pidió en mi condición también de profesor, que le colaborara ayudándole a cuidar un examen sobre competencia procesal civil. Yo acepté gustoso y empecé a caminar por todo el salón vigilando a los alumnos.
La hermosa hija de dirigente del Atlético Nacional, Hernán Botero Moreno, quien estaba en ese grupo como alumna, me hizo una señita, me llamó y con vos silenciosa me dijo: doctor ayúdeme con esta pregunta. Le dije: dígame. Y ella preguntó: doctor, ¿cuando uno se va a separar por lo civil a dónde acude? Y le contesté: a la casa de la mamá, mijita. Y escuché cuando murmuró: viejo guevón.
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