Hace muchos años una reconocida firma consultora sugirió una extensa lista de productos que deberíamos incluir como prioritarios en nuestras exportaciones, entre los cuales recuerdo a los televisores, ventiladores, audífonos, circuitos impresos y microchips; obviamente nada de eso estamos produciendo, pero a la empresa en cuestión todavía le abono su desbordado optimismo.
Mi propuesta no es parecida a esa, pues no insinuaré que Riosucio, Caldas, pueda convertirse en el “Sillicon Ingrumá”, donde se fabriquen los celulares criollos que sustituirían a los de Huawei, o que Ituango sea domicilio de una gran planta donde, con piezas de motocicletas Yamaha y AKT, fabriquemos nuestra propia Harley Davidson nacional.
Tampoco propondré como centros de promoción subregional de la cuarta revolución industrial, a Guaduas, o a Mariquita, ni al corregimiento de Santa Elena en Medellín para el internet de las cosas; que lo hagan Daniel el Travieso, nuestro alcalde paisa, y otros sofisticados colegas suyos, no yo, pues mi propuesta es diferente, realista, práctica y, lo más importante, realizable.
Veremos a continuación algunos de los productos que actualmente estamos comprando en el exterior y que son fabricados en el país, o estamos en condiciones de producirlos, con la certeza de que, si así lo hiciéramos, se generaría importante cantidad de empleos nuevos, y se protegerían muchos de los existentes.
No hay que prohibir importaciones como lo proponen algunos, ni invocar cláusulas de salvaguardia, ni acudir a absurdas campañas nacionalistas. Simplemente, quienes con sentido social, solidaridad, y corazón con latir colombiano -aunque sea extranjero-, quieran hacerlo, podrían proceder a sustituir sus importaciones a favor de empresas jóvenes creadas para tal efecto, o un poco más viejas con deseos de reivindicación y con igual propósito.
Evitemos la ropa importada de pobre calidad: compramos en prendas de vestir extranjeras 631 millones de dólares en 2019, 63% proveniente de China y Bangladesh; no es abuso de confianza, creo yo, pedirle al ÉXITO y a Falabella, que sacrifiquen un poquito su gran margen de utilidades en este negocio de ropa asiática de pacotilla, y vendan, como lo hacía en el pasado el otro ÉXITO, el paisa, confecciones elaboradas por las excelentes operarias del Valle de Aburrá y de Don Matías, de Pereira, Ibagué y Bogotá, hoy desempleadas. Eso demostraría Responsabilidad Social Empresarial, de verdad, no la de “impresión” en tinta sobre el papel, divulgada para “impresionar”.
Pero veamos la relación de productos prometida, advirtiendo que nuestro país cada vez exporta menos, y que en 2019 las importaciones fueron superiores a las ventas externas en casi 8.000 millones de dólares, para un gran total de 47.896 millones. No relacionaré, por obvias razones, la compra de productos indispensables y que jamás produciremos, como un computador, un medicamento, equipos médico-quirúrgicos, u otros no indispensables pero deseables como, por ejemplo, un buen vino chileno, un extraordinario queso manchego, las galletas Oreo, o un “carrito” de Hot Wheels, insustituibles todos ellos por producción nacional.
¿Necesitamos, de verdad, importar 69 millones de dólares en vajillas plásticas, o más de 34 millones en vajillas de porcelana y de cerámica? ¿No serán capaces de aceptar nuestras hermosas mujeres, utilizar algunos productos de maquillaje criollos, y así disminuir a favor de producción doméstica la cifra de 137 millones de dólares de importaciones anuales? ¿Por qué solo ahora por el Covid-19 se dedican las licoreras departamentales a la producción de alcohol etílico, pudiendo hacerlo desde antes para competir, por ejemplo, con las importaciones de 230 millones de dólares del año 2019?
Si somos potencia mundial en agua, ¿por qué la compramos en el exterior gastando en ello 64 millones? Si alguna vez en nuestro país llegáramos a tener un ministerio de agricultura, qué bueno sería que desde éste se propusiera la recuperación de los cultivos de algodón, lo cual nos ahorraría buena parte de 424 millones de dólares por año, y la siembra de maíz, producto en el cual gastamos al año anterior en importaciones el mismo valor del total de las exportaciones colombianas de frutas, incluido banano: más de 1.000 millones de dólares.
Es posible disminuir la compra de 380 millones en “preparaciones alimenticias”, y con certeza, la de carne de cerdo, que nos costó el año pasado 217 millones de dólares. Como si fuera poco, siendo potencia láctea latinoamericana en producción, Colombia importó en 2019 más de 110 millones de dólares en leche y 30 millones en quesos.
No hay derecho. Y no propongo, ya finalizando, que dejemos de comprar manzanas, uvas y otras frutas por valor de 213 millones de dólares, pero sí que consideremos que una deliciosa gulupa la consumimos gracias a un productor nacional, probablemente a un campesino, quizás a un joven empresario, o a empresas que le han apostado desde muchos años atrás al desarrollo frutícola nacional.
No dejemos de comprar juguetes, en los cuales gastamos 414 millones de dólares, pues sería un atentado contra los derechos de nuestros nietos, de mi Maximiliano, pero dediquémonos a reemplazar los “absurdos” productos comprados en el exterior, que bien pueden ser fabricados por los colombianos.
Esto no es difícil, y se puede lograr gracias a una alianza público privada que comprometa a gobernaciones, alcaldías, gobierno nacional y empresarios, quizás con el diseño e implementación de un Plan Estratégico para la Amable Sustitución de Importaciones.
Esto es práctico. Solo requiere de una “cuarta revolución mental nacional”.
Más historias
Altavoz cerró con 140 citas de negocios
El nuevo rumbo del Encuentro de Occidente
Así anunció el alcalde Fico su carta a la DEA y al FBI sobre el tarimazo de Petro