11 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Navidad

Oscar Dominguez

Por Óscar Domínguez G. 

Estar en Navidad es mantener el alma en estado de villancico perpetuo. En cualquier instante, un «usuario» de la Navidad se convierte en Plácido Domingo de sí mismo bajo la ducha, y se deja venir impunemente con » Zagalillos» o «Tutaima». Navidad no cobra IVA por darnos felicidad.

El buñuelo desarma los espíritus. Nadie podría disparar un arma con un buñuelo en la mano. Volvamos el mundo un buñuelo, porque convertido en un pañuelo no hemos logrado nada.

Mejor si el buñuelo va acompañado de natilla. La coalición buñuelo-natilla es un frente nacional gastronómico que jamás prescribe. No sabe de divisiones. Si la natilla es batida en paila con mecedor, morite, felicidad.

El buñuelo tiene cintura de diciembre. Diciembre tiene cintura de buñuelo. Son parientes cercanos. Comparten árbol genealógico. A diciembre se le arregla el semestre cuando ve llegar el buñuelo por entre las tiendas del almanaque.

Buñuelos hay que tienen la cintura de las gordas de Botero. Como esas caderas anárquicas que van de incógnito en la vida, a otros buñuelos la cintura les empieza en cualquier parte y no les termina en ninguna.

La sartén tiene la ídem por el mango cuando detecta que sobre su caliente lomo se está fritando un buñuelo.

Un pajarito que leyó al cronopio Cortázar aconsejaba que para comer buñuelos es preferible haber juntado hartas ganas todo el año porque las ganas han sido siempre el mejor aperitivo. Para comerse el buñuelo, hay que abrir bastante la boca. O poquito. Todo depende del buñuelo que se mire.

Navidad es tener pesebre entronizado en plena sala con el espacio para el Niño Dios vacío hasta las doce de la noche del 24 de diciembre cuando nace Jesús. Se permite meter de contrabando a Papá Noel. Entre personajes navideños no se pisan las mangueras de la alegría.

«En un silencio que les sabrá a ternura», María y José (- persona pero mal carpintero- esperan la llegada de Jesús, el más espléndido de los «locos bajitos». Desde niño se las sabía todas, bailaba trompos en la uña, “fumaba” debajo del agua.

Aguinaldo es sinónimo de Navidad. Los traídos del Niño ni se diga. Antaño a los niños nos sacaban de casa cuando la mamá se “enfermaba” para tener un bebé, y para colocar los traídos.

Esperábamos 365 días para tener la ilusión de levantar una almohada. Se perdía la virginidad teológica cuando un vecinito genio nos notificaba que el Niño Dios era el mismo que compraba el mercado.

En Navidad, el estrés, convertido en es-dos o es-uno, toma vacaciones. Las úlceras gerenciales se retiran a sus habitaciones de invierno, lejos de la diaria rutina. Todos le dan paso al colesterol, una de las acepciones escondidas del festivo diciembre.

La pólvora es el eco cacofónico de Navidad. Corrámosle leguas.

Señores pavos, patos, gallinas, corderos, marranos, piscos y similares: a pagar escondederos a peso. No olvide llevar la pajita en boca para este aguinaldo que va a jugar. Y empiece a cantar desde ya el «Año viejo», del eterno Guillermo Buitrago.