14 octubre, 2025

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¡Miércoles… de ceniza!

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Por Oscar Domínguez G. (Foto)

El miércoles era el único día del año en que los productores de cenizas comían distinto, nada de proletario almuerzo ejecutivo o corrientazo que llamamos.

Hasta el policía de la esquina -y mi tío Google- juran que “la ceniza es elaborada o extraída de los ramos benditos de la semana santa anterior, es decir, los del domingo de ramos, estos se incineran y de ahí sale la santa ceniza”.

Poco romántica la explicación pero sigamos antes de que se acabe el mundo ahora que estamos amenazados con el arsenal nuclear con un señor inameno al mando de la Casa Blanca.

El signo de la cruz que nos pone el cura el miércoles de ceniza es un epitafio que nos recuerda que somos fugaces. Apenas un estornudo de eternidad. Somos fugaces  como como el extra que transmite la radio.

Nos recuerda la ceniza que hoy somos y mañana no aparecemos ni en el pasa del diario. O figuramos en la página de obituarios si los costos de las exequias no dejaron exhaustas las arcas como para anunciar que no nos esperen más en el bar. Ni en el VAR.

Somos clínex desechables en las manos del tiempo. En el reloj de pared de la eternidad, duramos lo que dura el eco, ese papel periódico breve que no necesita rotativa. Vivimos tan rápido que tenemos amnesia del segundo que acaba de pasar a mejor vida.

El “memento, homo” (acordate, pues, hombre) que recita el sacerdote frente a esa pared de carne y hueso llamada frente, es la notificación anual de que la vida se acaba pronto. Si la muerte es para toda la vida, la vida no se puede dar ese lujo. Es eterna  mientras dura, como el amor. (Lo dicen los poetas: a mí no me alcanza la ropa para decir cosas tan profundas).

“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”, cantó Santa Teresa, en esos boleros sin guitarra que son sus poemas de amor a Dios.

Y las “Coplas a la muerte de mi padre”, de Manrique, tienen la equivalencia del miércoles de ceniza cuando nos recuerda “cómo se viene la muerte tan callando”.

Muchos muebles viejos sólo se acuestan después de recitar esta oración: “Somos una brizna en las manos de Dios”. La usan como una especie de conjuro para ahuyentar la pelona, uno de los tantos alias de la muerte.

Antes la gente se aplicaba más la ceniza que nos invita a bajarnos de la nube de nuestra vanidad, a no enfermarnos nunca de importancia.

Hoy por hoy, el miércoles de ceniza sacamos disculpas para escurrirle el bulto a ese momento en que el cura se convierte en Botero de brocha frágil y nos dibuja el famoso y certero epitafio: el signo más. Para uno menos.

Según el periodista Mauricio Pombo, el miércoles de ceniza la Iglesia marca su ganado.

Quienes se hacen cremar, “y crece la audiencia”, se están anticipando a aquello de: “Polvo eres y en polvo te has de convertir”.

Del célebre poeta “Caratejo” Vélez, de Titiribí, Antioquia, es la siguiente décima sobre estas efemérides:

Te vi una cruz en la frente

Hoy Miércoles de Ceniza

Y me causó mucha risa,

Pues me acordé de repente

De aquel cura inteligente

Que con ademán sereno

Y un poquito de veneno,

Con una gran alegría

Al ponértela decía:

Eres polvo, ¡pero, ah bueno! (Líneas pasadas por latonería y pintura).