2 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Loco Horacio Jaramillo: vivir todas las vidas de una

Oscar Dominguez

Por Oscar Domínguez G. (foto)

Hace diez años, el Loco Horacio Jaramillo Bustamante escogió el diez de diciembre para terminar su agitado y creativo viaje a Itaca. Murió de vida a los ochenta años. No dejó nada para futuras encarnaciones.

No vino a durar ni a calentar la banca, sino a crear empresas, escribir, enseñar al que no sabía de lo que él sí sabía. Fue querido por gente anónima y por muchos cacaos de la parroquia.

Decenas de colegas suyos hicieron el bachillerato y la universidad bebiendo en su fuente.

Hombre de mundo, bon vivant, gourmet-gourmand, era un gozaderal. Tampoco vino a sufrir. Con Brillat-Savarin pensaba que es más importante el descubrimiento de un plato que de una nueva estrella.

Seguramente pensaba con Humphrey Bogart, quien no salía del bar en la película Casablanca: “No me fio de nadie que no beba. El mundo entero lleva tres copas de retraso”. Y pedía otra canción (Bogard, también Jaramillo que no vino a aburrirse).

Sacó tiempo para ejercer como columnista económico de periódicos. En ese destino sabía dónde ponían las garzas. No le comía cuento a los de arriba. Conoció su oficio desde abajo.

Hizo la primaria como restaurantero con El Pocoloco. Se volvió serio y viajó a Paris. Al regreso sacó del sombrero La Bella Época que hizo historia en Medellín.

En Bogotá impuso los restaurantes Casa Vieja donde le dio estatus a la comida criolla. Uno de los más conocidos funciona en el claustro de San Diego para echarse a Dios entre el bolsillo.

En la bolsa de Nueva York se aburrió de ganar verdes y regresó a las piedras del fogón. “Hay que retirarse ganando”, le dijo una vez al periodista Julio VIP Betancur Carrillo.

Con Hamburguesas del Oeste les hizo el milagro a los padres de familia de poner a comer ensalada a la muchachada. Mis hijos Andrea y Juan Fernando me esperaban los domingos en la noche para ir a comer a Hamburguesas del Loco en el norte bogotano. Todavía recuerdan este ceremonial.

Y como en el ADN de todo paisa hay frisoles, creó El Vaquerito: arroz, frisoles, ensalada y carne de Hamburguesas de Oeste, por supuesto. A los colombianos nos gusta comer rico y barato.

Fue cofundador de la célebre Repostería Santa Clara, de Medellín, que le gastó obituario en El Colombiano donde publicó sus notas. Fenalco-Antioquia lo tuvo siempre entre sus consentidos. También le gastó obituario. Lo mismo el Salón Versalles, sus compañeros de la tertulia del mall Llanogrande, el grupo Sura, para no alargar el chico.

Todos los que se enriquecieron lícitamente de su chispa están con el mango a media asta desde que se volvió eternidad.

Ojalá haya dejado escritas sus memorias.  Sabía más que la CIA y compañía de Jesús sobre la gente de dedo parado.

Se tuteaba con el blancaje colombiano que “padeció” su franqueza. “No sé qué es peor, le dijo también a VIPBetancur, si estos mafiosos que no saben qué hacer con tantos dólares, o esta oligarquía quebrada detrás de los malos vendiéndoles sus propiedades”. Ahí estaba pintado, en su franqueza rotunda.

Se disfrazaba de cura el día de las ánimas para asustar a las viejas platudas de El Poblado. Su mamá se hacía cruces. Disfrazado de cura, el Loco se coló en una recepción para saludar al papa Juan Pablo II. Ganó la apuesta que hizo. (Loco se les dice a los talentosos que son capaces de hacer lo que a los hombres de a pie ni se nos ocurre).

En el caso de Horacio Jaramillo nada de ropita bajada con horqueta de El Hueco o del San Victorino bogotano. Pura elegancia. Un gentleman para estar a tono con el oficio que amó como a las niñas de sus ojos: Paula, Carolina y Lucas, terceto que hizo en dueto con Martha Luz del Corral, la bella. En el obituario publicado en el periódico su familia lo describió como “ser querido, ejemplar e inolvidable”.

Hablar en su presencia era perder la oportunidad de escuchar una cátedra sobre economía, la gente, la política que lo tramó, la gastronomía, la vida, en suma.

Sus familiares ordenaron misaa en el Gimnasio Moderno de Bogotá, donde despiden a los principales. Jaramillo lo fue.

Le dijimos adiós con textos del reportero san Mateo, el libro de la sabiduría y el salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. La velada religiosa se cerró con la música que le gustaba. Mucho jazz. Nada de lágrimas por su muerte; mucha alegría por su vida. Se merece el verso de Geraldino Brasil: No murió, quedó encantado. Paz sobre su talentosa locura.