4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Langostinos para el Tío Sam

Oscar Dominguez

Por Oscar Domínguez 

Tierna aún la celebración de los 200 años de las relaciones entre Colombia y Estados Unidos conviene recordar el episodio en que el presidente Betancur le hizo una pilatuna a la diplomacia gringa. 

Ocurrió durante la vista del presidente Reagan. El  exactor nos visitó en diciembre de 1982 con su pinta de cowboy encorbatado. Lucía engominado cabello a lo Emiliani Román, célebre senador alvarista cartagenero. 

El fuerte de Reagan no era la geografía. En Brasilia anunció: “Y ahora vamos para La Paz”. Venía para Bogotá. La suya fue una de esas clásicas giras para visitar el patio trasero de EE. UU. 

Antes de pisar tierra colombiana, los hermanos “pudientes del norte” como los llamaba el general Torrijos, exigieron conocer el discurso que leería Belisario. 

No pidieron el menú del almuerzo que consistió en corazones de alcachofa, de entrada, y langostinos de Tumaco, el plato fuerte. Cero bandeja paisa. En la era Petro los habrían atendido con butifarras de Soledad, Atlántico, y cipote sancocho de sábalo, debilidad de su jefe Jaime Bateman, fundador del M19. 

Belisario dio el sí de las casadas y envió a Brasilia el discurso en el que hablaba de América como el “patio de atrás” de Estados Unidos. Los hermanos carapálidas pidieron eliminar la ofensiva expresión. 

Cuenta Fernando Goering Barrero, entonces Secretario de Información de la Presidencia, que el discurso fue peluqueado y reenviado. Recibido el “nihil obstat” por parte de los censores, el mundo siguió su marcha.  Reagan vino, vio, venció … Pero no del todo. 

Fiel a su manera, BB se apartó del texto e improvisó lo del “patio de atrás”. Los visitantes quedaron de una pieza, como las casas sin cuota inicial de Betancur. Felizmente, el asunto no llegó a mayores. Ni siquiera nos invadieron. 

Ese mediodía, este reportero palaciego fue de los pocos que tuvimos acceso al salón de los Gobelinos lugar del besamanos en honor del ilustre forastero. 

Por razones de espacio, Barrero rifó algunos cupos. Me gané la lotería de estar junto a Reagan. (La rifa no “aplicaba” para gorrear langostinos y alcachofas). 

En septiembre de 1977, en Washington, había conocido al presidente Carter durante la firma de los tratados Torrijos-Carter. Con dos presidentes gringos en mi prontuario, en la cafetería de mi vanidad no cabe un tinto. Soy un triunfador. 

Dicho lo anterior, L.G. Murillo, nuevo embajador en Washington, y su esposa rusa, Barno Khadjibaev, ya se pueden posesionar. ¿O tampoco les quieren entregar la casa como los Duque a los Petro?