18 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La Yiya picó en punta 

Eduardo Aristizabal

Por Eduardo Aristizábal Peláez 

Carmentea se nos adelantó y sigue viva en la vida eterna. Los designios Divinos son inescrutables, pero siempre bondadosos. 

Su amor a Nacho fue una muestra inconmensurable de su bondad superlativa. Afortunadamente Nacho, con sus locuras, le correspondió con creces; de allí esa simbiosis perfecta. 

Nuestros esporádicos encuentros fueron suficientes para conocer a una dama ejemplar en todos sus roles y puedo dar fe de su amor a Nacho y a su hijo Luis Miguel. 

Para definir claramente a doña Carmen Ligia podemos recurrir a una página escrita por Miguel Angel Jara, Obispo de Serena, Chile, que cifra toda la excelsitud del tránsito de la mujer en su inmenso destino de madre. Esta hermosa página pertenece a la más entrañable antología de los afectos humanos. 

“Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que siendo joven, tiene la reflexión de la anciana y en la vejez trabaja con el ardor de la juventud. Una mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio y si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que siendo pobre se satisface con la felicidad de los que ama y siendo rica, daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud. Una mujer que siendo vigorosa se estremece con el vagido de un niño y siendo débil, se reviste con la bravura de un león; una mujer que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla un solo instante, por escuchar un solo acento de sus labios. De esta mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape con lágrimas este álbum, porque yo la vi pasar por mi camino”. 

La voluntad del creador ha tocado a la puerta de una hija, de una gran madre y esposa, para reunirla con quienes la han precedido en la fe. Elevamos una plegaria para que Dios acoja en su reino a la Yiya y desde allí derrame paz y bendiciones sobre su familia.