Todos hemos oÃdo el cuento de que hay muchas otras causas de muerte que provocan más decesos que el covid-19 sin que los medios generen alarma o los gobiernos se atrevan a confinarnos en nuestras casas.
Todos hemos oÃdo el cuento de que hay muchas otras causas de muerte que provocan muchos más decesos que el covid-19 sin que los medios generen alarma o los gobiernos se atrevan a confinarnos en nuestras casas. Y desde el principio se ha usado el ejemplo de los fallecimientos por influenza, que en Estados Unidos dejó 12.000 muertos en la temporada 2011-2012, y en la siguiente llegó a 56.000, por lo que se dice que en promedio deja unos 60.000 muertos al año en ese paÃs. En el mundo, la OMS decÃa que las enfermedades respiratorias causaban unos 250.000 decesos al año, pero en 2017 decidió reconsiderar las cifras extendiendo el cálculo a entre 290.000 y 650.000 defunciones anuales en todo el planeta.
Pues bien, el coronavirus ha provocado más de 100.000 muertes en Estados Unidos en menos de tres meses, y lleva más de 400.000 en el mundo en menos de seis meses, con la diferencia de que contra la influenza no se toman muchas precauciones mientras que, con tal de combatir el covid-19, no solo hemos renunciado a nuestras libertades y a nuestro modus vivendi —nuestra normalidad—, sino que hasta hemos arruinado la economÃa de todos los paÃses con una drástica quimioterapia. Esas cifras, pues, comprueban su malignidad, pero son más los hechos que demuestran que la pesadilla es real y no solo un mal sueño.
Y es que, entre tantas apreciaciones absurdas, ahora sobresalen los que arguyen que la gente no está muriendo de covid-19 sino que le están atribuyendo a este virus las muertes normales por ataques al corazón, neumonÃa o simple vejez. Alegan que a cualquier muerto le atribuyen como causa de muerte el coronavirus, pero las comparaciones estadÃsticas dejan entrever, más bien, que casi todos los gobiernos maquillan las cifras ocultando muertos por coronavirus para esconder su ineptitud.
EN EL TINTERO: Hay que condenar y castigar la brutalidad policiaca, pero no se puede convertir en mártir a un bandido reincidente ni aprovecharse hipócritamente de un crimen para desestabilizar un paÃs fingiendo sed de venganza.
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