27 julio, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La guerra estaba ahí, a nuestro lado

Descripción: escritor

Por Darío Ruiz Gómez 

En los crudos informes que nuestros noticieros bogotanos han estado dando en las últimas semanas sobre a desmedida violencia con que el ELN y las Disidencias han venido actuando en enfrentamientos de una desconocida crueldad contra la población civil en Arauca, Nariño y sobre todo del Cauca, a pesar de presentar únicamente retazos de imágenes sin un montaje que los convierta en testimonio visual.

Ya hemos tenido la suficiente información para darnos cuenta de que no existe lo que sus defensores han llamado conflicto entre el Estado y grupos armados que según sus teóricos, se lanzaron a la lucha armada para “liberar” a campesinos oprimidos por terratenientes y empresarios capitalistas enfrentando “la violencia revolucionaria contra la violencia burguesa”.

Pura paja ya que lo que hemos visto ha sido lo contrario: los desvaríos de una violencia anárquica ejercida sin contemplaciones contra la clase campesina y las etnias indígenas cometiendo a vista de todos un delito que no perdona la Corte Penal Internacional de Justicia: el confinamiento de población civil sin permitir que les pueda llegar ningún tipo de ayuda humanitaria.

 Los diez niños de ELN tirados en el suelo, heridos, unos adolescentes flacos, desnutridos, una niña indígena de 14 años gravemente herida, y la llamada de un asesino de las Disidencias para que el ejército los recogiera, constituye un documento que la Corte Penal Internacional debe tener en cuenta ya que el enfrentamiento no fue entre dos grupos armados que luchan por “la libertad de los oprimidos”, sino entre adolescentes de las mismas etnias reclutados a la fuerza por despreciables mercenarios.

Todos los convenios de la Haya o de Ginebra sobre protección de la población civil, de la adolescencia, sobre el abuso contra los ancianos(as) han sido ferozmente olvidados enfrente de nuestros propios ojos por parte de estos grupos criminales.

¿Estabas almorzando, cenando con tus amigos, tomándote unas copas cuando esta guerra sucia a través de informes en directo entró en tus hogares, en tus oficinas o sea en tus vidas? 

La abrupta  constatación  de estas demostraciones de brutalidad ha roto el sofisma de que hemos sido ajenos a estos atropellos con la disculpa de que sucedían en tierras remotas, disculpa de teóricos de izquierda que “reemplazaron los hechos por los  propios deseos” ya que la guerra, nuestra guerra ha sido una verdad  obsesivamente negada por ellos, ignorada por nuestra clase política,  guardando total indiferencia frente a la suerte de los campesinos, de estos adolescentes masacrándose mientras los dueños de la violencia engordan sus fortunas personales tal como lo seguimos observando mientras estamos a la espera del comienzo de otra mesa mentirosa de Conversaciones tal como lo he venido repitiendo. 

El silencio ha caído y seguirá cayendo sobre estas tumbas anónimas. Emanuel Benítez Ochoa alcanzó a cumplir 22 años de edad, había nacido en la Zona Bananera, su hermoso rostro era el del Gran mulato con que llegó a soñar para Colombia Fernando González; pero en Dagua, Calima, el 22 de agosto el espantoso capricho de un francotirador al servicio del Grupo Residual Jaime Martínez, lo mató por matar en un acto propio de quienes hace tiempos cruzaron todas las fronteras rojas de lo humano para convertirse en fieras terribles con lujosas camionetas. Y en la próxima casta dirigente.