3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La Gran Marcha

Carlos Gustavo Alvarez

Por Carlos Gustavo Álvarez 

El hombre enjuto que miraba al mundo a través de unos lentes circulares y pequeños, pero que pasaría a la historia como un alma grande, avanzó hacia las aguas marinas de un lugar llamado Gandhi, en la India, y se inclinó para tomar un puñado de sal. 

Era el 6 de abril de 1930. Y al frente de un grupo de personas que fue creciendo a lo largo de los 300 kilómetros que recorrieron desde el 12 de marzo, Mahatma Gandhi –que parecía, pero no era un santo—terminó la que se conocería como “La marcha de la sal”. 

Ese gesto tan elemental y libre, contenido en la minúscula extensión de una mano, iba dirigido al nefasto Imperio Británico, para advertirle que debía cesar el monopolio que tenía sobre la producción y la distribución de la sal india. A lo largo de ese país inmenso la gente lo imitó como una forma de romper esa arbitrariedad que los condenaba a la pobreza alimenticia y que representaba el sumun de la opresión. En un tiempo corto, de Karachi a Bombay, la gente volvió a ejercer su derecho natural a recoger la sal. Los gerifaltes del Virrey foráneo llevaron a las cárceles a más de 60.000 personas. 

No hubo resistencia ni confrontación, pues todos ellos habían acatado la premisa de su líder, tan sencilla como radical: desobediencia civil sin violencia. Gandhi terminó en la cárcel y pasó en ella nueve meses. Hasta que Lord Irwin, que ejercía de Virrey, liberó a los reos y autorizó a los indios para recolectar su propia sal.

Gandhi había dicho: “la no violencia es la mayor fuerza a disposición de la humanidad. Es más poderosa que el arma de destrucción más poderosa concebida por el ingenio del hombre”. 

Diez y ocho años después, en un lugar situado a un poco más de 15.000 kilómetros de la India, un hombre llamado Jorge Eliécer Gaitán lideró a 100.000 personas, la cuarta parte de los habitantes que tenía Bogotá, en la que pasó a la historia como “La marcha del silencio”. La única voz de ese duelo mudo fue la de “El jefe”, como llamaban a Gaitán, que en su “Oración por la paz” y frente a la multitud silente, reclamó al gobierno por el desborde de la violencia que estaba asolando la patria en la guerra fratricida.

Pasaron solamente 15 años en la nada de este mundo microscópico que divaga entre galaxias mayores. Y el 28 de agosto de 1963, en la capital de los Estados Unidos, los asistentes a “La marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad”, en su gran mayoría afroamericanos, que rodeaban el estanque del obelisco blanco, escucharon unas palabras inmortales. Se las denominó “Yo tengo un sueño”. Y las enunció un hombre negro llamado Martin Luther King Jr., un líder cabal de la no violencia. 

Gandhi, Gaitán y King fueron asesinados. Sus lecciones escribieron la historia.

El recuerdo de estas jornadas pacíficas y famosas, signadas por el principio de la no violencia e incluso del silencio como grito supremo contra la arbitrariedad y la opresión, vienen a cuento a propósito de la marcha que se ha organizado en Colombia para el domingo 21 de abril de 2024.

Abril de Gandhi. Abril de Gaitán.

Manifestación de repulsa, no contra el gobierno, porque a lo que nos rige no se le puede llamar así. Acto masivo de rechazo contra el mal gobierno, el desgobierno o a la falta de gobierno, ejercicio patológico y vengativo y corrupto del poder. Expresión de desacato por la defensa del derecho civil de los colombianos a que el país se conduzca a través de una suma de hechos positivos que nos garanticen la verdadera equidad y un futuro y un lugar en el mundo convulso. Y a no a través de una pauta de destrucción y confusión, de aliento por el odio y la confrontación entre los colombianos, de identificación con modelos dictatoriales como el del Maduro vecino. De siembra de desastres administrativos encumbrando funcionarios por el mérito de ser conmilitones serviles, que van fracasando de cargo en cargo, pero no salen del gobierno por incapaces porque siempre los sostiene la mano cómplice del nepotismo, que premia con descaro y privilegios su comprobada incompetencia.

Todo lo anterior implantado con la amenaza de la violencia pandillera y facciosa, invocando la toma que grupos designados a dedo conveniente harían de decisiones trascendentales para todos. Y el embuste empacado en un evangelio falaz y mesiánico y en el bla, bla, bla…

(Y en el ejercicio profesional del cinismo, los cebados designios del aprendiz de sátrapa, del retoño del patriarca: como sabe que a Colombia la mantienen embolatada e improductiva entre puentes y festivos, rampantemente decreta como «cívico» el día viernes 19 de abril de su cumpleaños y de su movimiento guerrillero y agrega con su apego al sofisma para desalentar la marcha: “sugiero que se vayan de Bogotá para otras cuencas hidrográficas”).

Hay muchas razones para marchar el 21 de abril en toda Colombia. 

Pero los colombianos somos expertos en peros…

Nos hemos declarado ineptos, impotentes para la acción colectiva que redunde en la preservación de nuestros recursos y la defensa de nuestros derechos. Hasta autores como el médico y genetista Emilio Yunis Turbay y Germán Puyana García, le han dedicado libros a responder la pregunta: ¿por qué somos así?

“Un país víctima de su gente”, tituló Puyana García…

¿Por qué no podemos lograr resultados veraces de una convocatoria masiva a ahorrar agua y solo buscamos, como cantaba Héctor Lavoe, el truquito y la maroma, la trampita para infringir la norma y desconocer la realidad?

Pero es que yo…

Solo buscamos razones para no marchar. Pero es que es domingo. Pero es que eso es una marcha uribista (¿cuándo vamos a entender que nos manipulan de aquí para allá con el cuento de Uribe?) Pero, es que eso no sirve para nada y el desgobierno torcido va a continuar. Pero es que si llueve. Pero es que va y no sale nadie…

Pero es que, pero…

Hay que comenzar por repasar el resultado de la elección. Aquí no hubo un triunfo popular ni mayoritario. Hubo una división absoluta de voluntades, con no muy claras motivaciones y mucho menor conocimiento, el voto emocional de las redes sociales que pulula en las democracias imperfectas, que no por eso deben hacer metástasis flagrantes en “dictaduras del pueblo”.

Los que no votaron por el que ganó en esa se conservan y la deserción masiva de los que por él marcaron la papeleta es clarísima. La desaprobación del cabecilla es del 60 por ciento (58 por ciento en Bogotá, a la que desgració y quiso convertir en su fortín con la plata de la Alcaldía), superando el 70 en ciudades como Medellín y Bucaramanga. El 70 por ciento de los encuestados por Invamer Poll considera que el país va por mal camino, instalado en el ánimo nacional un pesimismo insano, dañino. Y están empeorando la inseguridad, el costo de vida, el medio ambiente, la economía, la corrupción, el cubrimiento de la salud y el desempleo. En las 142 páginas del informe de Invamer predomina el rojo, el pulgar hacia abajo y el calificativo “empeorando”.

Ah, pero es que esa encuesta…

No podemos seguir mirando para otro lado. Neguémonos a seguir siendo el país del pero y del autoengaño. Interrumpamos la apatía de votar y desentendernos. No sigamos acomodados en la inacción.

Ah, pero es que no hay un líder…

Pues que cada una de nosotras y cada uno de nosotros sea líder con su asistencia y que hagamos de la congregación multitudinaria una voz de liderazgo.

Marchemos. 
La no violencia es la mayor fuerza a disposición de la humanidad.

En silencio.

Podemos tener un sueño que no sea esta catástrofe. 

Vamos a tomar un puñado de sal en nuestras manos.