29 junio, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La distopía colombiana 

Por Darío Ruiz Gómez 

“Acelerar las contradicciones de la burguesía” era el propósito de las violentas huelgas estudiantiles a partir de los años 70, en especial, según lo repetían una y otra vez radicales militantes de las llamadas utopías comunistas de entonces, tanto la bolchevique como la castrista y por supuesto el feroz maoísmo.

Con esta consigna los nuevos actores de la escena universitaria el proyecto de crear una “nueva sociedad” solamente podía darse a través de la lucha armada. Y entregándose fervorosa y despiadadamente a destruir la presencia de la sociedad burguesa, enfrentar el imperialismo norteamericano y combatirse entre ellos en una patética parodia de ejecuciones que habían visto en los juicios de Praga y Moscú y en la infame revolución maoísta y que consideraban debían adaptarse a la lucha armada en Colombia.

Conceptos como “reaccionario”, “conspirador”, “enemigo de la causa” aplicados farsescamente supusieron el fusilamiento de cientos de militantes, de declarados “enemigos” como se hizo asesinando al profesor Giraldo en Cali y a Jesús Bejarano en Bogotá.

Cuando el mundo asistió a la aparatosa caída del régimen estalinista en Rusia y en los llamados países de la Cortina de Hierro, cuando el mundo conoció de las atrocidades del maoísmo el Partido Comunista colombiano, el ELN, cerraron los ojos y negaron esa evidencia del fracaso de una monstruosa Utopía que condujo al asesinato de más de 40.000.000 de personas.

Se decía bajo esta infame retórica que el sacrificio de poblaciones enteras era “necesario para instalar el paraíso comunista” y redimir a las masas oprimidas. En Colombia el intento de construcción de esa “utopía” después de cincuenta años arroja por parte del PCC, cifra reconocida por sus dirigentes, la cifra de 290.000 personas asesinadas, niños descuartizados, campesinos despojados de sus heredades, terrorismo.

Esto en Colombia hay que recordarlo cierto tiempo porque la maquinaria del olvido sobre lo que debía ser la responsabilidad asumida por esa dirigencia enriquecida además hasta lo más increíble, funciona hoy a todo vapor mediante las nuevas técnicas de desinformación, de difamación. Y continúa recurriendo bajo cuerda y con una Quinta Columna muy eficaz de políticos cómplices sembrando el terror en el Cauca y sur del Valle, Jamundí, especialmente. Los paros son una manera de sentirse un enjambre que no piensa y huye del pánico de tener que reconocer que están a solas.  

El llegar a creer en una Utopía como el comunismo supuso renunciar a un criterio libre y convertirse en siervo de un poder único. La tarea de engañar a la juventud, al magisterio, a la clase campesina y trabajadora, a ciertos estratos de la nueva clase media ha sido la labor entre las sombras de estas agrupaciones encargadas de colaborar con el enemigo e infiltradas como Partidos democráticos, contando hoy con la invencible colaboración de las Plataformas rusas que han demostrado que, para convocar una protesta pública, un corte de carreteras no se necesita ya de líderes.

La ruina de una Utopía implica la pérdida implacable de lo que no fue un sueño sino una pesadilla. ¿En dónde se han refugiado los derrotados de la Utopía comunista? Es aquí donde surge la maldad del resentido que sabe que el futuro no es para él la consumación del poder total.

Convertido en Quinta Columna que trabaja para un enemigo inexistente, el terrorismo es la única comprobación de su existencia: las ruinas de lo que convirtieron en una melancólica distopía aumentan su rencor frente lo que pudieron hacer y lo han perdido.

Pillado en su asiento mientras habla con las Disidencias y el ELN para pedirles que apoyaran a Petro, la figura del Congresista de marras es la de un fantasma que quiere seguir haciendo daño sin darse cuenta de que su utopía está muerta.