4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La crisis ambiental exige un cambio en la producción agrícola

Juan David Palacio

Es momento de hacer un alto en el camino y migrar hacia un sistema agroecológico, que consiste en suplir las necesidades alimentarias, respetando el equilibrio natural. 

Por Juan David Palacio Cardona 

La Revolución Industrial marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad y parte de lo que somos actualmente –en términos políticos, sociales y económicos– es una consecuencia de esa época que parece lejana, siendo el sector agrícola –como lo conocemos– la herencia más marcada y que es necesaria modificar ya.  

En la era preindustrial el crecimiento poblacional era lento y la economía era principalmente agraria, pero el cambio de las dinámicas de producción y consumo produjeron el éxodo del campo a las ciudades y la mecanización de las actividades del ámbito rural, con el fin de aumentar su rendimiento. Y si bien esa evolución respondió a las necesidades del momento, la tendencia a producir más rápido y en mayores proporciones ha impactado negativamente el medio ambiente.  

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha señalado que la contaminación por prácticas agrícolas insostenibles «plantea una grave amenaza para la salud humana y los ecosistemas del planeta». 

Pensemos solamente en los árboles que deben talarse para cultivar o las quemas sobre la tierra para exterminar la mal llamada “maleza” o en los pesticidas, que no solo matan plagas sino que, además, afectan a la fauna, el agua y la tierra.  

Entre tanto, los fertilizantes químicos deterioran la estructura del suelo, su pH y la microfauna (que hace parte de la biodiversidad de los suelos): “Desde 1960, el uso de fertilizantes minerales se ha multiplicado por diez, mientras que desde 1970 las ventas mundiales de plaguicidas pasaron de cerca de 1.000 millones de dólares anuales, a 35.000 millones de dólares al año”, determinó un estudio realizado por la FAO en 2018. 

Ni hablar de la agricultura intensiva y extensiva, en las que las que el área de explotación es lo suficientemente grande para proveer los mercados y para las cuales se debe usar maquinaria que degrada la tierra.  

Según el S&P Global Sustainability Yearbook –una de las publicaciones anuales más completas sobre el estado de la sustentabilidad– , los costos ambientales que genera la agricultura industrializada equivalen a 3 billones de dólares al año.   

Es momento de hacer un alto en el camino y migrar hacia un sistema agroecológico, que consiste en suplir las necesidades alimentarias, respetando el equilibrio natural. 

A consideración de la FAO, llegar a esto requiere de varias acciones que consisten en: 1) Aumentar la eficiencia de los recursos y reducir los que sean costosos, escasos o perjudiciales para el medio ambiente. 2) Sustituir prácticas convencionales por alternativas agroecológicas. 3) Rediseñar agroecosistemas. 4) Reconectar a los consumidores y productores a través de redes alimentarias alternativas. 5) Construir un nuevo sistema alimentario mundial, basado en la participación, las costumbres locales, la equidad y la justica. 

No obstante, también necesita de políticas públicas por medio de las que se prohíba el uso de las semillas transgénicas, se otorguen incentivos a los agricultores para producir semillas que se adapten a las realidades locales y no a las que demandan las grandes industrias,  se enseñe a quienes trabajan el campo metodologías eficientes de producción y se generen espacios para que puedan comercializar lo que cultivan. 

Para aplicar la agroecología se debe recorrer un largo camino en el que exista la voluntad política y social de cambio para llegar a consensos con los que todos resultemos beneficiados, pues es importante que la economía siga fluyendo, pero sin causar impactos negativos sobre el medio ambiente y la salud humana (esto último debido al uso de agroquímicos). Sin embargo, a pesar de lo dispendiosa que pueda parecer la tarea vale la pena hacerla, pues así se garantiza la soberanía alimentaria de los territorios, el bienestar de la gente y la salud del agua, los suelos, el aire y nuestra fauna: en pocas palabras: de nuestro planeta.